Changó

En la delgada hora entre el sol y la noche
Changó se arregla el cuello con un collar de perlas
de África venidas; limpias como el Caribe.
Changó mira el espejo de sus antepasados

El tambor más oscuro hace sonar sus tripas.
Una vela ilumina mucho más que una luna.
Una oración se canta desde el túnel del tiempo.
Changó baila de nuevo como bailan los negros.

El hacha les libera los siglos de cadenas.
Las nubes pintan grises al negro de la noche.
El filo de los labios de Changó, habla Nigeria,
y callan las españas, y Cuba es percusión.

Changó mira en la calle las mujeres descalzas
y escribe una canción que quiere adivinar
a qué hora amanece en las playas desiertas
y en qué hora del rezo lloverá Santa Bárbara.

Si cayeran los truenos del cielo hasta las olas
llenarían las aguas las calle de La Habana,
y Changó confundido en medio de los charcos
haría callar la guerra que inventaron los hombres.

Hay una vieja puerta tan cargada de años
que todas las arrugas que decoran su cara
son arrugas de dioses que han sido abandonadas.
Hay una vieja puerta que el hombre no traspasa.

Changó pinta su cuerpo con colores de guerra,
África es el Olimpo que obliga a la batalla.
No hay enemigo en Cuba al que Changó no venza.
Y si no hay enemigo lucha contra sí mismo.

Poderoso es Changó, su mirada y su carne.
Siempre existe un altar en la casa del pobre
para el dios de los truenos, de la danza y el fuego.
En la creencia abunda la escasez del hambriento.


Ahora llega la noche más clara del verano.
Las manos se calientan, Santa Bárbara huye.
Changó se arregla el cuello con un collar de perlas.
Changó mira en la calle las mujeres descalzas.

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