Corazón

Para ella, que no debería haber salido en las noticias.


“No soy como vosotras, aunque el envoltorio se parezca. Usamos esas pinturas oscuras para los ojos, ungüentos de color propios de un Merlín esquizofrénico, un antifaz que no sólo nos tapa la cara sino que nos disimula la sonrisa y nos oculta los sentimientos. Vuestra pobreza reside en la vergüenza de explicar sensaciones, buenas o malas. El por qué no lo sé. Quizá vuestros padres están carcomidos de miedo y os disfrazan la calle con flores primaverales y guirnaldas de libertad de expresión que no sabéis usar con respeto; quizá vuestros padres no os dejan que caigáis en el barro que ensucia el cerebro de cosas que pasan de verdad, pero que dejan la piel suave y el corazón aprendido una vez que las entiendes. Esta actitud saturada de escudos os está dejando vacías por dentro. Si os hablo mirando a los ojos oigo el eco que se oye en los pozos en época de sequía. Compañeras de clase, compañeras sin compañía.

Mis graffiti son corazones con dos nombres de mujer. ¿Y qué? ¿Cómo son vuestros dibujos? Si llevaran la palabra protesto, si llevaran la frase amo con todas mis fuerzas; yo no lo he visto en vuestras libretas. La música os indigesta los oídos, pero no os alienta el alma; no dejáis que os llegue tan adentro.


Voy a pintar corazones con su nombre y el mío en la corteza de los árboles, en las paredes del baño, en las hojas de mi libreta, en la tapia donde los atardeceres amarillean nuestros cigarrillos y nuestras carcajadas a escondidas. Si no os gusta, hacedme comer tierra; allí también dejaré un corazón pintado. Porque la quiero. Sé que la quiero porque me gusta ver como le cae el pelo por un lado del cuello, porque sólo ella lee con la mirada lo que estoy pensando, porque acaricia como el agua primera que deshiela el glaciar, como la última que se baña en la sal del mar, porque no tengo que justificar mi actitud ante ella, porque sus ojos son más bonitos cuanto más cerca están. La quiero. ¿Habéis sentido vosotras alguna vez esto por un hombre de esos que os alquilan el amor a trozos de cuarto de hora y os desabrochan el sujetador antes de saber cómo os llamáis?


Si no os gusta, allá vosotras; pero mi baraja tiene dos damas de corazones, y mi cielo nocturno tiene dos lunas que sangran una vez al mes, y mi imaginación escala las mismas montañas que ella levanta, y mi cielo es el suyo, y mi intimidad es para ella, y llegará el día en que saque a pasear a mi niña de la mano por la calle estrecha de vuestra escuálida tolerancia.

No os guardo rencor, muñecas de porcelana metálica, porque ya os estoy tirando al precipicio del olvido. Pero no os puedo perdonar por este dolor. Os odio irremediablemente, y con este odio he abonado las plantas de mi amor y así está creciendo. Me cambio de instituto, pero no de corazón.”


Galaxias



Foto (el cielo al revés): Eugenia


Las galaxias son como el pelo del cielo, tienen cierto orden, pero no se adivina fácilmente, incluso sus enredos resultan encantadores. Son como los pensamientos, se ven, de dejan de ver, cambian de forma, nacen, mueren, se intensifican como la pimienta en la lengua, como el color de los árboles bajo la lluvia, o se apagan como cuando el sueño te pone pesas en las cejas y absorbe tus energías susurrándote mentiras al oído.



Sigo aquí con mi manía Shakespeariana de colgar en mis ideas lo que son y lo que no son las cosas. Maniático de inventar canciones ancestrales con ritmos actuales a la naturaleza y a su fantástica realidad. Son manías, querencias, apetencias incontrolables a las que no valen riendas mentales que me hacen disfrutar del vaivén emocional de no saber qué hay al volver la esquina de la siguiente frase. Es como caminar sobre el mar, compartir tus íntimas metáforas, fotografías de mi interior; es como contar las estrellas de una galaxia de dejar dedicatoria a cada una. Bueno, continúo.


Las galaxias son la marihuana del universo, alucinas con ellas. Son cosquillas en los ojos, ciudades lejanas y deshabitadas quizás, charcos reflejados de los charcos más horizontales, las velas de la tarta de cumpleaños que no sopló el abuelo, manchas sin posibilidad de detergente, la música del sordo, las ganas de ver del ciego, el camino del inválido, la distancia más corta entre el infinito y tú, la poesía del necio, la mía. Galaxias acuosas, espirales, laberínticas, caprichosas, esféricas, sin arreglos para ninguna fiesta. Pulpos en el mar de la noche, tornados que arrasan tu imaginación, la belleza en la profundidad de la matemática inexacta, juegos de mesa para el salón del olimpo, la paleta de aceites de colores que lanzó la ira de Van Gogh, un año luz en un segundo, una fuente de ensalada de estrellas, el instante en que la ciencia se enamora, el embudo del tiempo. Instante eterno: algo que dura poco pero que tarda millones de años en irse.

Jerusalén

Hay un sitio donde todas las religiones son verdaderas, donde la saliva se mezcla en las calles y la sangre en los cementerios, donde los cortafuegos han ardido ya mil veces, donde los dioses hacen política: nacen, prometen y mueren. Hay un sitio donde Goliat necesita coraza de acero y David va descalzo, donde las palomas blancas del amanecer se fueron de allí antes de que levantaran el primer altar. Hay un sitio donde los niños se asustan cuando explotan las palomitas de maíz, donde las mujeres odian lo que sus madres no les dio tiempo a odiar, donde la primavera no enamora a ninguna muchacha sin luto ni excita a ningún joven sin arma, por eso los falos escupen pólvora.


Hay una ciudad sonde cada barrio es un país, un bando, donde los lamentos se guardan entre las piedras y los suspiros pesan más que el aire, donde los sacerdotes forman parte del mobiliario urbano, donde en cada familia hay más muertos que vivos, y tantos guerreros como santos, donde las fronteras se enredan en el callejero.



Hay una ciudad que riega jardines en hebreo, que ilumina las farolas de Israel, que lava los pies de Roma, que recoge la basura de Palestina, y que nunca repica campanas por Nueva York, una ciudad traicionada por la historia, que desayuna acuerdos de paz y cena batallas campales. Una ciudad donde cada civilización ha torcido la marca de su huella levantado dos murallas, una de piedra para los hombres y otra ideológica para los dioses o para aquellos que tejen sus hábitos con hilos fanáticos.

Jerusalén ciudad de todos, provincia de nadie. Qué precio tan alto hay que pagar por ser la eterna promesa incumplida. Jerusalén, la puerta del cielo. Palestina, la entrada del infierno.

¿Qué tienes?

No tienes agenda, porque alguien te dice a qué hora te levantas y dónde tienes que colocarte. No tienes palabra, porque tu abuso de ella te aleja de la coherencia. No tienes raza porque renunciaste a la raza de tu pueblo para ser político. No tienes corbata, porque te pones las que te vamos comprando nosotros. No tienes vergüenza porque no está bien visto ser vergonzoso entre gente como tú. No tienes zapatos porque tus pasos no van donde tú quieres ir. No tienes voz ni voto. Mi voz no te la doy, y mi voto se lo di a otro; pero no paras de hablar, la retórica te ató de manos y lengua.

Puede que no te equivoques nunca, o al menos hagas que lo parezca, ni pidas perdón, ni bajes a la calle a comprar el pan, ni sepas si mañana va a hacer frío o calor, ni te muerda la envidia al ver el coche nuevo del vecino, ni sepas qué hacer con las facturas voladoras de este mes, ni te llamen del colegio para la reunión trimestral, ni sueñes mientras miras el escaparate de la tienda de la esquina, ni tengas que reponer la bombilla de la mesita de noche cada cierto tiempo, ni tengas un blog con antifaz donde la gente te mira directamente a los ojos (que es lo único que dejas ver), ni te fumes un cigarro cuando te apetezca; pero tampoco tienes árboles que podar, ni el paisaje multicolor del metro te despierta, ni cantas en voz alta la música de tu barrio, ni tu ventana da al bosque de gente que pisa la calle dolorida, ni tus atardeceres huelen nunca a barbacoa.


Eres así porque tú lo decidiste, incluso antes de saber que ibas a ser así. Tu oposición no está a la derecha de nadie; ellos no te van a decir qué podías haber hecho en lugar de mirarte el ombligo; ellos también tienen el suyo. Tu oposición de conciencia son los votos que has recogido sin sembrar. No soy quien para poner tareas, pero si cuando acabes de gobernar siguen muriendo mujeres de esta forma y los trabajadores van desde el curro al tanatorio, es que no te salió de la polla hacerle agujeros al antifaz para ver qué le pasa a la gente. Entonces habrás sido indigno y fracasado, aunque hagas que la economía remonte, que lo dudo.

Si esto ocurre, pregúntate qué tienes. La respuesta vendrá sola a posarse en tu cabeza recién cortada.