Feliz año nuevo, si es posible.


Has llegado desnudo, con la explosión del llanto,Y te has puesto a dormir, a soñar el comienzo,Tu madre te vigila, y entiende tus silencios,Y tu cara de viejo te atrapa con un lazo.

Te dirán que los pies tocarán tu presente,
Te dirán que la guerra es el miedo del miedo,
Te dirán que la piel es la pared del hueso,
Y que la vida está muy cerca de la muerte.

Querrás leer un cuento que te llene la panza,
Y querrás un poema que te baje la fiebre,
Le pedirás a dios que te mire de frente,
Y él te regalará un trozo de su barba.

No permitas que el hombre que esconde tu mirada,
Ni que tu espalda rota, ni que tu pecho nuevo,
Ni que los malos sueños, ni que los sueños buenos,
Te hagan olvidar la orilla de la playa.



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Soirée

A tu cara tranquila de laguna dormida
Ha llegado el verdugo que se arrastra en el suelo
A cubrirle el encanto con oscuras ojeras;
El verdugo ha llegado con la manta del tiempo.

Las cárceles de vidrio me han cerrado hasta el aire.
La prematura noche se tornó en madrugada.
Te busco en un tropiezo, pero tropiezo y caigo.
Millones de zapatos con la boca cerrada.

La noche se sublima por la duda del sol.
Recuerdo tus museos con el suelo mojado,
Y la agrietada piel, y la arruga en las nubes,
Y la plaza del vientre, y el tranvía de tus brazos.


Si en la noche ya ida me hubieras dado un soplo
Con la fuerza del fruto reciente de tu árbol
Habría dormido más que una sola pregunta
Que por no contestarla me tiene desvelado.

Has llegado hasta mí como el viento a las alas;
En la memoria queda el dulce de tu agua,
En el olvido nada. Empezamos de nuevo
A ver si un día de estos el tiempo sí se para.

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Plaza del vino


Vale lo que vale un pan
Pero alimenta dos veces.
El vino vive en las plazas,
Sale al recreo soleado
De una academia de idiomas.

El vino es una palabra
Que a otras palabras calla.
Acuna el dolor añejo
Y aunque no llame al olvido
Al menos, llora contigo.

El vino vino es más pobre
Que una botella sin vino.
Hay un vino desvinado
Que sólo llena la copa
Del dinero que no cuesta.

El vino es hijo del hombre,
Y del sol, y de la tierra,
De la madera y del fruto,
De la sal y la canela.
El vino es padre de todos.

Camina sobre la tela
Sin arrugas de un mantel
Y con una sola gota
El vino mancha por siempre
Como una mala palabra.



Como una palabra mala
Como una justa, entredicha,
Esa que yo nunca encuentro
Esa que olvido por ti
Esa que el vino no ha dicho.

Este envero tan absurdo
Que me amarga hasta el color
Y este pensar sin camino
Y este buqué avinagrado
Sólo lo disfrazas tú.

El vino vive en las plazas
Y allí descorcho los años
Y el aire con mi antifaz
Hace figuritas rojas
Que no sé lo que serán.

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Notas del pasado verano

No soy hombre de mar
sino de orilla,
de límites, de saber que en la frontera
residen lo secreto y lo imposible.

Si abres la cortina
y te parece
que cabe en la ventana la ría de Vigo,
entenderás que lo que explico no se explica,
y que no me equivoco cuando digo
que el silencio es una especie de botica.



Una cena en París
y otra en el cielo;
es cierto que las cenas hacen daño
al estómago, al recuerdo, a la poesía.
Ahora estoy a dieta de música y paisajes,
y está bajo control la melancolía.

Tomo la carretera
siempre abierta
aunque nunca llego a huir del todo,
tan sólo a retirarme a la avaricia
de dormir y soñar al mismo tiempo,
ya que no tienes piel, ni yo caricias.

Coupage


         Si mezclas dos sabores crearás uno nuevo. O al menos te desmarcarás del habitual, ese familiar cercano del paladar que te reconoce a ti antes que tú a él. Casi siempre, para crear algo nuevo, tienes que coger de lo que ya existe, y mezclar, y rectificar hasta que nace. Tantas veces he descartado una foto que después quise recuperar de lo imposible, que estoy acostumbrado a rectificar, y también, a mezclar, que es una manera de dudar y de no buscar respuesta.


         Allí estaba yo sin mi cámara de fotos. En la oficina donde me contrataron me dijeron que la bodega organizaba visitas abiertas y que podría aprovechar una de ellas para familiarizarme con el sitio, pero me advirtieron de que delante de los turistas no hiciera fotos porque, como en algunas iglesias, estaban prohibidas al público en general. Pensé en usar el recorrido para localizar encuadres y sitios clave donde ocurren los acontecimientos importantes desde que se coge un racimo de uvas hasta que te bebes el vino, y así ir preparando mi encargo para la campaña publicitaria que las bodegas acababan de dejar sobre los ojos de un fotógrafo novato, muy bien preparado técnicamente, pero con ninguna experiencia. Sobre mis ojos se vino el brillo de vidrio oscuro de su pelo, y su mirada se me hizo corta, suspirada. Ella se escondió entre las visitas, y yo, con disimulado interés la seguí sin prestar atención a las explicaciones de Lola, la guía de la bodega. Así fuimos, camuflados en el racimo de gente, ella haciéndose de vez en cuando la encontradiza con mis ojos y yo con su trasero, aunque sin mantener la mirada. Después de una calle de barricas apareció en una esquina una puerta de madera clara con clavos negros como lunares y un cartel que prohibía la entrada a toda persona ajena a la empresa, aunque la puerta me guiño un ojo por el que vi una luz tenue y amarilla como la del sol después de morir. Yo iba el último del grupo, Lola ya no podía verme. La chica de los ojos vivos se hizo la remolona tocando lentamente la madera de las botas e intentando descifrar la dedicatoria que habría dejado algún personaje ilustre. Le señalé la puerta con los ojos y entramos con naturalidad; nadie sospecho de nuestra ausencia. Dentro había una cueva de vinos, lo que otros llaman cava. Rodeaba la habitación entera, vistiendo los ladrillos, una fila de estantes de botellas, una colección enorme de vinos de guarda, lo que otros llaman reserva. Me acerqué a su cara después de cerrar la puerta y le ahogué un monosílabo con el dedo en vertical sobre sus labios. Y no hubo palabras, solo gestos, miradas, caricias, sexo sin cortejo, sin prolegómenos, lo que otros llaman preliminares.

         La habitación estaba preparada para reuniones y catas que, por su tamaño, pocos podían disfrutar. No había más que una silla, quizá para tomar notas. Encerrados en cristales dormían decantadores, abrebotellas de distintas formas y una fila interminable de copas de diferentes tipos y tamaños. Entre el sueño embotellado de los muebles unas fotos recordaban momentos de gloria para las bodegas. A nosotros nos vino de perlas el escondite. Una cueva es como una isla desierta con poca luz.
        
         Empezamos a besarnos y a buscar trozos de piel bajo la ropa. En seguida nos emborrachamos y aun así abrí una botella del primer vino que se acercó a mi mano y lo serví en una copa Borgoña. Era un vino viejo y pálido, al contrario que ella que azuleaba su juvenil sonrisa. Lo probé y después de analizarlo como si en otra vida hubiera sido somelier se lo di a ella, que bebió y me devolvió parte con un beso. El buqué del primer sorbo cambió por completo; ahora estaba caliente y entre sus frutas estaba la del deseo. Se sentó en la silla quedándose a contraluz, insinuando los contornos de su piel debajo de una camisa blanca que dejó en seguida de servirle de envoltorio de sus senos. Puse la copa cerca y mojando dos dedos fui describiendo en su pecho un camino con mis huellas que se cruzó con otro y que a su vez fue borrado por otro. Cada vez sacaba mas vino de la copa hacia sus contornos cálidos, con más rapidez, y con menos precisión. Ella se sentó en la parte delantera de la silla, se subió la falda a la cintura y se inclinó hacia atrás con la boca y las piernas abiertas. Yo hice lo que pude para quitarme la ropa sin robar protagonismo al vino, que seguía su camino piel abajo; intentaba bebérmelo pero me era imposible parar la riada. Estaba de rodillas delante de ella; mire hacia arriba y descubrí que se estaba derramando el vino directamente de la botella sin ninguna educación enológica. Cuando me vio dio un trago a la botella rodeando su entrada con el tacto suave de sus labios, y yo baje hasta el triangulo de su racimo que me esperaba húmedo, jugoso desde hacia un rato. Con el suelo ensangrentado dejamos a un lado la silla y nos tumbamos sobre el vapor de alcohol y madera que cubría las baldosas. Hicimos el amor con la poca respiración que nos quedaba y toda la embriaguez que el ambiente nos había provocado. Conseguimos un aroma de fruta sudorosa, un sabor a dureza, un tacto de piel liquida, una imagen traída de las entrañas de la tierra hasta nuestros ojos nublados, hasta nuestra lengua suelta, y sin embargo muda. Un coupage redondo, más bien duro al ataque, por las prisas, pero bien abocado y nada agresivo.

         Lo que tocaba ahora era reposar, como un caldo en su cuna de madera, descansar, abrazarse, decantar en silencio el final de aquella fermentación; pero no pudimos. Tuvimos que irnos con el pelo mal puesto y los aromas del vino bailando en la carne. El charco de vino quedó allí aunque nos prometió que no diría nada a nadie a pesar de que levantaría sospechas. La copa escurría el cuerpo del vino como si fuera lluvia. La botella rodó manchando la etiqueta de rojo apasionado y se paró debajo de la triste luz de la cristalera como el bohemio se para a pensar bajo las farolas de París. El abrebotellas permaneció enroscado en la carne del corcho que sangraba su más preciado secreto. Miramos la escena, el quieto paisaje provocado, como el de un crimen sin víctima. Nos besamos de nuevo y sin desearlo salimos de allí al encuentro del grupo de turistas tomando dos calles diferentes. Entre las barricas veía pasar su pelo, ahora sin brillo, aunque con otro encanto.


         El resto de mi estancia en las bodegas ocurrió más lentamente, aunque con menos intensidad. Realicé mi trabajo buscando lugares con poca luz, hice varias fotografías con la base de un charco de vino derramado en el suelo, y completé el trabajo con unas fotos de estudio que protagonizó una modelo conocida sólo en mi íntimo círculo de amistades: mi hermana. Entregué el trabajo y la sensación fue muy positiva por parte de los dueños; tenía algo de miedo ya que los pocos que lo habían visto lo juzgaron como atrevido, pero resultó aprobado por unanimidad en el consejo de las bodegas que se celebró en una sala con la puerta de madera clara y unos clavos negros como lunares. Quedamos en que en el plazo de un mes la campaña publicitaria saldría a la luz, y yo cobraría el precio pactado. Y así ocurrió, tan suave, sin rectificar, sólo mezclando, tan limpio de problemas que no parecía ser obra mía, teniendo en cuenta mis antecedentes. Cogí mi cheque, lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón y me subí en el coche para hacer el viaje de regreso a casa. A la salida de las bodegas, en el cruce de acceso a la carretera nacional, había un cartel nuevo que decía: “Llámalo recuerdo” sobre una foto de un ombligo femenino por el que caía dejando su rastro una gota brillante y casi morada de vino; abajo en una esquina el nuevo logotipo de las bodegas y en letras mucho más pequeñas el nombre de un fotógrafo que nadie conocía. 


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La mujer barbuda

La mujer barbuda abandona el portátil en las salas del aeropuerto.
No es una bomba. Esto no es América del norte.

Otra mujer barbuda habla por teléfono por encima de los altavoces.
No puedes evitar escucharla, ni maldecirla.

Otra mujer barbuda está hoy muy atractiva con ese vaquero ajustado al culo.
La gente cuando viaja se despeina de desesperación.

Una mujer barbuda va a Santiago de Chile. Yo me bajo en Madrid.
Es increíble la cantidad de alemanes que van a Namibia.

La mujer barbuda dejó el circo cuando la crisis. Ahora es azafata de vuelo.


El capitán nos saluda atentamente en tres idiomas. La mujer barbuda sentada a mi lado no ha entendido nada.

La mujer barbuda lleva un niño rubito al que todos sonríen pero nadie dice nada.

Últimamente no nos reímos de la mujer barbuda en su cara.
Se está perdiendo la vergüenza, y la naturalidad.

Si sigo bebiendo voy a tener que dejar de escribir, o afeitarme para no parecer una mujer barbuda.

Tres mujeres barbudas del viaje del instituto se han metido en el servicio del avión.
La profesora o podrá hacer pis hasta que llegue a Madrid.

Según me han dicho, me estoy mirando en el espejo del mundo.
Y veo una mujer barbuda.

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Gira la rueda




Gira la rueda, gira, un caballo de agujas
no la deja volverse ni cuando cambia el viento.
Los valles, las montañas, se empujan en los labios,
se salen de los dientes, se meten por los ojos.

Llueve en casa del rico cada vez que la rueda
obliga a las gargantas a enmudecer en medio
de la gran avenida donde una vez gritaron.
Llueve en casa del rico y en mi casa no hay agua.

Como nadie me invita a engranar otra rueda
que altere a las que giran esclavas de sus giros,
me quedaré esperando que suba la marea,
que oscurezca la luna, que se seque mi árbol.

No quiero alimentarme de lo que ya he comido,
pero tengo un ventrículo dentro de la nevera,
y en una cueva oscura el otro no lo encuentro.
Así que no me pidas que sea tu cirujano.

Gira la rueda, gira, de los sueños de espuma,
del sin pensar girando mientras los pies se muevan,
del girar otro giro aunque sin corazón.
Qué inhumana la vida de estos seres humanos.

Si rompes el espejo que soporta tu rueda
verás que a otra figura de contornos distintos
se le ha escapado el mar cuando a ti se te escapa,
y gira en otra rueda gemela de tu rueda.

Reciclan las cadenas de las ruedas sin vida
y fabrican banderas que ondean en el tejado
del vecino de enfrente. En las tardes lluviosas
nos escriben canciones para que no pensemos.

Para que no pensemos en las ruedas sin vida,
ni en nuestras propias ruedas. Para que no miremos
como gira el cobaya, y el cobaya nos duela,
nos dan trozos de arena cuando llega el verano.

A veces entra el alba por donde se fue anoche
y la voz de un poeta revoluciona el viento,
y los oídos escuchan de una forma distinta
si alguien dice que es triste, si no es amor la empresa.

Gira la rueda, gira, y siente en cada vuelta
que somos tan distintos como dos hojas verdes,
que somos tan iguales como dos verdes hojas,
que somos una rama llena de sentimientos.

A veces la marea se enfada con mis huellas
y las lame despacio hasta que quedan mudas.
Ahora sé que se borran, pero sigo en la playa.
Cada vez duele menos, cada vez más espero.

Hay cosas que se aprenden con una sola vez
como el llorar a un muerto, como el nacer llorando.
Hay canciones que vuelven como el uno de abril
y hay abriles que llegan cuando tú los acoges.

Un paisaje agradable es tu sonrisa blanca,
tu rojo palpitar, tus palabras madera,
el negro de tu noche, el gris de tu silencio,
el por qué te recuerdo, el por qué te elegí.

El por qué me entristece este río de alegría;
es la rueda que gira, quizá tan necesaria
y poco deseada como mi soledad,
a veces compañía. Retórica pregunta.

Hay días que hago como las hojas de este árbol
y me dejo caer para no equivocarme.
Fallar en la pregunta. Retórica respuesta.
Aunque no aprendo nada siempre pasa el invierno.

Gira la rueda, gira, un caballo de agujas
se para en el capricho del olor de la luna
que parece borrarse tras el último verso;
que se para la rueda, que se para, se para.

Impatience

Es lo contrario del vino y
es la uva soleada
del día de la vendimia.
Es la riada de un río.
Es de un río la riada
y del silencio, la envidia.

Es más tranquila que el hambre.
Ve menos que la ceguera.
Más barata que un regalo,
es saltar en el alambre
y no caerse siquiera,
y que no te duela el palo.

La madre más incorrecta
el desorden de su padre
y un egoísta es su hermano.
No siempre es la línea recta
el camino más amable;
no siempre te dan la mano.

Un amargor, un sin aliento,
un loco sin manicomio
y sin camisa de fuerza,
que tan solamente el viento
le suelta el pelo de loco y
le ata en las manos la cuerda.





Dibujo de Eric Moisy para el poema.


Una fiebre sin pastilla,
el sexo en los probadores,
un sin temor inconsciente.
Un esperarte sin silla,
amanecer sin albores,
un sin miedo, un indecente.

Es que me mato ahora mismo
por la ese que dibujas
entre cadera y cintura.
Es notar como un seísmo
con epicentro de bruja
y hacerme de sangre impura.

Es como el viento solano
que impaciente va embistiendo
y la calma la disuelve.
¿A que no me das la mano,
y nos salimos corriendo
por si el día de hoy no vuelve?


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Poema ilustrado

Pararse en el camino...
Seguir caminando...
Decidirlo al menos.




Es el texto de la maravilla que Manu Delgado ha hecho en una pared de mi casa.

Cabaret


Mi hermana es gilipollas. Tiene casi treinta años y nunca le sopló la responsabilidad en el cogote. Claro que, la culpa es mía. Se da la circunstancia de que mi carácter es fuerte y ella es el equipaje olvidado por mi madre en el andén de la educación; así que la cuido, la aconsejo, y además la llevo de la mano por los peores barrios de la ciudad. Pues la gilipollas de mi hermana se ha resfriado, y como no puede ir esta noche a trabajar porque no le sale la voz del cuerpo, allá que me he ofrecido a sustituirla. Sé cantar todo su repertorio, aunque nunca ensayé sus movimientos; no creo que sepa provocar, pero lo intentaré.

          Enciendo las bombillas del tocador y me lleno la cara de polvo blanco; después el maquillaje asienta el color de cara de las vedettes que más calientan el local. Los labios indiscutiblemente rojos, los ojos irremediablemente negros. Me dejo sin abrochar del todo la cremallera del vestido negro cabaret, que es un negro muy alegre, porque sino no me entran las tetas postizas. No pasa nada, las plumas lo esconden todo. Me miro al espejo antes de salir. Me gusto. Muevo las caderas y simulo exhalar el humo de un cigarro sensual, casi ordinario. Me gusto.


          La actuación no fue gran cosa, digamos que pasé desapercibida como artista, y que nadie notó que era un hombre; al menos, nadie lo dijo. Mientras me quitaba el disfraz y arrancaba el antifaz de cabaretera con una toallita sonó la puerta del camerino. Era Carol, la medio novia de mi hermana que entraba a felicitarme. Ella no necesitaba permiso para entrar, ni tetas postizas para actuar. Cuando me vio abandonó la sonrisa tonta que traía como una caricatura y yo me quedé a medias con una traza despintada en la cara. Me miró y no supo qué hacer. Se fijó en mis labios rojos, como de mujer; en mi peluca, en mis espesas medias de brillo, en mi cara de idiota. Yo miré a su escote y ella echó el pestillo de la puerta. Me rodeó el cuello con la estola de plumas y besó mi carmín con el suyo hasta que los dos se emborronaron con la fuerza que tiene la saliva cuando excita. Mientras me abrazaba tropezó con la cremallera y la bajó para meterme la mano y apretarme los glúteos contra ella. Yo estaba inmóvil; sólo podía respirar como si acabara de subir la escalera de diez pisos. Se desabrochó la camisa y se me cayó el vestido al suelo. Le di la vuelta para cogerle los senos por detrás. Le pinté la nuca de restos de cabaret caliente y apretaba mi sexo contra su pantalón vaquero como queriendo llegar a lo imposible antes de tiempo. Bajé las manos para desabrochar el botón metálico, bajar la cremallera y su aspereza, y seguir mi camino hasta la suavidad de su adentro. Cuando llegué ya estaba húmedo.

          Ya sin ropa se sentó en la mesa de maquillaje. Las tres bombillas que quedaban con vida alrededor del espejo dejaban en penumbra la mitad de su piel, pero sin misterios. Subió una pierna arriba de la mesa y me susurró un “ven” que para mí fue una historia de amor completa. Luego nos quedamos un rato descansando; yo sentado en el sillón y ella encima de mí dándome besos en la oreja mientras fumaba algo prohibido. Se vistió y se fue. Desde la misma puerta se volvió con la boca entreabierta, como si quisiera más, y me dijo: “Buena actuación”.

-         ¿Cómo te ha ido? – preguntó mi hermana, y sin esperar respuesta volvió a preguntar - ¿Has visto a Carol?
-         Sí. Dice que luego te llamará.
-         ¡Pero bueno, si traes la cara roja! ¿Qué te ha pasado?
-         Nada – titubeando respondí – que no he sabido desmaquillarme.
-         Anda ven que te ayude; desastre de hombre.

Otro planeta


Me han dicho que la luna no es planeta.
Yo la he visto en París, y se parece
A una isla desierta,
A una patria perdida, sin patriotas.
A un triste acordeón,
A una palabra suelta entre las nubes.

El aire respirable, si lo hubiera
Moldearía en las caras de la gente
Una sonrisa nueva.
Un bosque de zapatos en la calle
Me ayudará a encontrarte,
Si no me encuentras tú de madrugada.

Un sentimiento amable es la batalla.
Dos almas caminan de la mano
Con la brújula rota.
No hay preguntas que hacer, no hay respuestas.
El árido paisaje,
Construye de la nada la belleza.

Es un planeta blanco y, casi negro.
Es rojo como un labio entre mis labios.
Es azul que amanece,
Es gris como las tardes que se escapan
A un planeta cercano.
Esas tardes que van y que no vuelven.

Un planeta con un punto de aliño,
La botella que al fin se bebe el aire,
Y la copa que espera,
Y las migas de pan que no han caído,
Y la vela apagada,
Y la mesa sin manchas de poesía.


El viento deposita unas canciones
Encima de las piedras del planeta.
Los políticos callan,
Y los payasos no nos hacen gracia,
Los pájaros no vuelan.
Al menos los amantes sí se aman.

He llegado el primero a la bandera,
Y alguien más se ha mirado ya en tus ojos,
Ha rezado en tu iglesia,
Y ha cruzado el puente de tus aguas.
Ushuaia de mis pasos,
Verso sin escribir, grito en silencio.

A ti, lírica elástica atrevida.
Mientras que la distancia sea un mundo,
Te espero en mi planeta.
Y no habrá más planeta que la luna,
Ni más luna que tú,
Mi atrevida y elástica poesía.


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Es tu hora



Es tu hora la que viene
Despeinada, canturreando
Esa melodía imposible que hoy existe.
Salte del asfalto, pisa la tierra suelta.
No tiene el remolino más agua
Que el agua de un sólo vaso.


Es tu hora en el espejo
La que te hace burla si entristeces.
Ahora puedes, como el frío en el aire,
Escribir un par de leyes
Y hacerlas ilegales.

Es tu hora solitaria.
Abre el vino que duerme a las arañas
De tus ojeras abatidas.
Brinda contigo, baila una canción,
Mastúrbate con la llama de tus dedos,
Con tu aliento de verano.
Mañana, también será un recuerdo.

Es tu hora de frutas, de uvas.
Llena el raspón de tus ganas
Con la carne de un racimo
Que el propio sol te explica,
Ahora, tu mejor compañero.


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Tango a lo lejos.


La lejanía, sabes, no es siempre una distancia.
Ni las farolas tiernas del último arrabal,
Ni el brillo del sombrero que suave me amanece
Convirtiendo los sueños en lagos de cristal.

La lejanía, amor, a veces es mi musa,
O eso pensaba yo cuando al doblar la esquina
Confundí en el reloj las aves de la noche:
Murciélagos que ahora parecen golondrinas.

La lejanía es sencilla, y tan clara que duele,
Y tan fuerte que siente, y tan floja que aprieta,
Que aprieta desde cerca, como un beso imposible.
Locura con encanto, canción sin silueta.


Lejos es crueldad, evasión en mi pecho.
¿No se evaden también las flores en invierno?
Lejos es que la luna no espere tus palabras.
Lejos es olvidar lo que ya no recuerdo.

Puse en venta mis manos y he vendido una sola;
A alquilarme la otra, vino alguien de lejos.
Desde aquel día incierto camino medio manco,
Respiro medio sordo y hablo medio ciego.

Más lejos que Paris, y más que sus estrellas,
Mas lejos que bailar el tango de un piano.
Y a pesar de esta inútil canción tan saludable,
Cuando me digo lejos, me siento más cercano.

Acabo de volver




Acabo de volver;
Vengo de la nada,
Donde todo está lleno de nada.
De todos los idiomas que aprendí
Es tu mirada el único que entiendo.

Me sigues pareciendo un vino joven
Un Beaujolais Nouveaux recién abierto;
Me manchaste la camisa de rojo y
Traspasó la piel.
Maldito tiempo en el que el vino es tan fuerte
Que no nos emborracha el amor.


Eres una canción acabada de escribir
Y aun así me suenas a eternidad.
Tanto tiempo he dormido
Y aun tengo sueño,
O ganas de soñar.

Acabo de volver
Y esta todo como estaba.
Un papel en blanco era todo
Lo que teníamos, nada.
Escribo, se abre el camino,
Al fondo, todo.

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