Cómo os decía la semana pasada, los niños se metieron dentro de un arbusto del parque y desaparecieron de allí. Continúo:
Al otro lado del arbusto había un paisaje distinto, casi imposible; era el país de las hadas. Era todo tan pequeño que ellos parecían gigantes. Los árboles se quedaban a la altura de la cintura, con un pie eran capaces de cortar la corriente de un río, y asomarse a las ventanas de las casas era la misma sensación de ponerse unas gafas. Había cosas sorprendentes. Los gatos tenían unas alas que les salían del lomo e iban volando a todas partes. Las flores eran diminutas fábricas de perfume, que espolvoreaban a su paso. La hierba tenía muchos colores, había campos de color rojo, azul, verde, naranja, morado.
. ¿Y por qué había hierba de colores? Aquí toda la hierba es verde – preguntó el niño que escuchaba con mucha atención mi cuento.
- Porque sí. Porque estamos en un país de fantasía y todo puede ocurrir. Como te iba diciendo, la hierba era de muchos colores, y el agua del río pasaba regando todos y cada uno de los trozos del bosque. Los niños se detuvieron en la orilla donde un hada de color azul jugaba con el agua. El niño la saludó, y ella se escondió rápidamente detrás de la vegetación. La niña dijo a su hermano: “La has asustado, bruto” – y alzando la voz dijo – “Sal de ahí, por favor. Queremos hacerte una pregunta sobre el día y la noche”. El hada azul asomó sus puntiagudas orejas entre las hojas de la planta donde se había escondido y dijo: “Entonces os habéis equivocado. Yo soy el hada del agua, no el hada del día, ni el hada de la noche”. El niño siguió preguntando: “¿Hay un hada para el día y un hada para la noche?”. El hada del agua se plantó agitando sus alas en la punta de la nariz del niño y dijo: “Y un hada para el otoño, y otra para la primavera, y otra para el fuego, y otra para las tormentas, hasta hay un hada malvada que domina la oscuridad”. La niña dijo sin pensar: “Es de esa de la que tengo miedo. Estoy segura”. El hada contestó: “No debes preocuparte por ella. No vive con nosotros desde que la reina de las hadas la desterró a un país muy lejano. Sólo de vez en cuando causa algún eclipse, pero no es peligrosa; le quitaron sus poderes mágicos antes de expulsarla”.

- ¿Y por qué había un hada malvada en un país de hadas buenas? – interrumpió en niño de los ojos abiertos con preocupación.
- Porque sí. Porque en cualquier parte puedes encontrar alguien que no lleva buenas intenciones. Bueno, si te parece continúo. La niña preguntó al hada del agua: “¿Y cómo podemos ver al hada de la noche? Quiero decirle que me da miedo cuando se oscurece el cielo.” El hada pequeñita sonrió y dijo: “No es fácil encontrarla. Os aconsejo que compréis un catálogo de hadas que hay en la tienda del pueblo. Allí podréis ver todas las hadas que existen, qué hacen, cuáles son sus poderes, y por supuesto, dónde se las puede encontrar.” El niño dijo: “Me parece buena idea, pero, ¿por dónde se va al pueblo?”. El hada azul voló hacia el inicio de un camino y les marcó con la mano la dirección del pueblo. Después de esto añadió: “En el primer cruce debéis coger el camino de la izquierda, en el segundo y en el tercero, tomad el camino de la derecha, y en el cuarto, otra vez el de la izquierda – y dijo pensando en voz alta - ¿o en el cuarto era el de la derecha? No me acuerdo bien.” Los niños se decepcionaron un poco porque no creían poder llegar al pueblo de las hadas con tantos cruces y tantas dudas; esta decepción se les notó en la cara. El hada que los vio dijo: “Está bien. Yo no os puedo acompañar, pero puedo intentar que una nube vaya soltando lluvia a lo largo del camino.” Y en seguida hizo aparecer una nube cuadrada, como los trozos de queso que comían en casa, que se situó en el inicio del camino. Por donde iba pasando iba lloviendo, como cuando los trozos de queso gotean aceite encima de la mesa, pero como era tan pequeña, la lluvia apenas si mojaba el suelo del camino. El hada añadió: “Esto de las nubes cuadradas no lo tengo perfeccionado todavía, digamos que está en fase experimental, pero espero que os funcione. Buena suerte chicos.” Y desapareció volando a lo largo del cauce del río.

Los niños siguieron a la nube cuadrada, que fue eligiendo el camino en cada cruce hasta llegar a la entrada del pueblo, donde se quedó parada. La primera casa era la tienda del pueblo, y los niños empezaron a sonreír hasta que el hermano mayor cayó en la cuenta de que no llevaban dinero para comprar el catálogo de hadas. A pesar de todo entraron en la tienda. Era un sitio encantador – que otra cosa podría ser en un país de hadas – lleno de vasijas con ingredientes para hacer conjuros, estanterías repletas de varitas mágicas, cáscaras de nuez con polvo de hadas dentro, tabletas de chocolate, y caramelos en forma de alas de hada. Los niños estaban boquiabiertos mirando las maravillas que había allí cuando un duende más viejo que el abuelo de mi abuelo les recibió sonriente: “Buenos días. ¿Andáis perdidos?” El niño contestó: “No señor. Venimos de parte del hada del agua. Queremos un catálogo de hadas – y anunció sin remedio – pero no tenemos dinero.” El tendero contestó: “Entonces no puedo venderos nada. Lo siento mucho, pero un catálogo de hadas vale tres monedas de oro de hada. Buenos días.” Y se metió en la trastienda a seguir rellenando el pedido del mes.