Feliz año nuevo

Feliz año nuevo a todos. Acabamos de entrar en el año 2050; una cifra que redondea la involución del hombre. El cielo en estos días es oscuro, y parecidos los colores funerarios del día y la noche. El campo es un desierto; sólo hay criaderos de frutas y hortalizas en burbujas gigantes alimentadas por luz artificial, y la hierba es un plástico reciclable que hace crecer un ordenador, y que de descompone en distintos marrones a los dos meses. La gente va enfundada por la calle en cualquier época del año. Decir época es mucho decir porque ya no hay estaciones. No se distinguen los colores de la gente, las razas, los gestos, nada. Siempre hace calor. La moda, metálica, se adaptó para cubrir completamente la piel y mantener la temperatura corporal. Todos llevan unas gafas especiales con filtros ultravioleta, como los cristales de las ventanas, y de los coches, a los que hace 10 años prohibieron instalar techos solares.


A mi tostada edad, me acabo de enamorar de un perfil en internet, no de una mujer. El mar no tiene olas, sino una marea que va creciendo lenta y constante. No existe la floración, ni la caducidad de la hoja. No hay hormigas que suban a los troncos de los árboles. La luna se adivina mestiza entre nubes negruzcas de humo tóxico. No hay miradas por la calle, ni sonrisas. No atonta el amor, ni duele el olvido. No vuelan los pájaros. No hay guitarras de madera. No hay casas de campo, ni atardeceres naranjas, ni riachuelos jugando a saltarse la eternidad de una piedra, ni escuelas llenas de polvo de tiza, ni bufandas a las que atar el frío y los besos en el cuello.


Nos avisaron del cambio climático, pero no del cambio poético.