El café Kleber

Artículo publicado en "Día a día" en Noviembre de 2006.

París es una ciudad con tantos tipismos que resulta difícil escribir sobre ella y aportar algo nuevo. Lo voy a intentar. Cojo el metro en Pantin, en las afueras de la ciudad, donde la mezcla de razas es una realidad. En el antiguo vagón suben todo tipo de gente. No puedes evitar recordar la frase que Kofi Annan dijo hace 3 semanas a propósito del conflicto palestino-israelí: “El problema no es la fe, sino la forma en que se miran entre ellos”.
A medida que el tren deja atrás las estaciones, se mete dentro de mí una especie de inquietud, que me recuerda que estoy sólo en París. No es ésta una ciudad para estar sólo, sino de la mano de esa persona que ahora mismo extraño. No es la primera vez que lo hago, pero salgo por la boca del metro de plaza Trocadero mirando hacia el suelo hasta que llego a la esquina del Palais de Chaillot, en ese momento levanto la vista y me dejo sorprender, una vez más, por la repentina aparición de la torre Eiffel. Pero el momento pierde dulzura. No se puede venir sólo a París. Miro al otro lado de la plaza y veo que la mesa de la esquina del café Kleber está libre. Al sentarme me sorprendo con una visión: ella está aquí. En frente de mis ojos, ella mirando hacia el arco del Triunfo, yo hacia Trocadero. Está preciosa: su cara es el justo adorno que faltaba en esta ciudad. “Deux café noir” y empezamos a hablar entre miradas cariñosas, sumergidos en el ambiente loco y ordenado del tráfico parisino. Hablamos sobre las caricias que nos regalamos y sobre las que nunca nos dimos; sobre los hijos que tuvimos y sobre los que no tenemos; sobre las veces que nos escapamos y sobre las que nos quedamos. Vimos toda la ciudad sin levantarnos de la mesa. Vimos nuestra historia – tan corta, tan larga – sin levantarnos de la mesa, sin que el reloj nos dijese que llegábamos tarde a ningún sitio. Un momento puede ser tan corto y tan eterno… El camarero puso la bandejita con la cuenta en la mesa. El golpe me hizo abrir los ojos. Ya no estaba.


Pagué los dos cafés, aunque en la nota sólo había uno, y me fui de allí pisando los charcos de la avenida d’Eylau y sorteando los peatones que llenaban la acera de paraguas. La lluvia me iba mojando mientras yo, ajeno, me alejaba de aquel momento eterno ¿o me acercaba a él? París es así de contradictorio. Hasta la candidata a la presidencia de la República se llama Royal. No se puede venir sólo a París.

Oración.

Oh! Príncipe del cemento, señor de la actualidad, principio y fin de todo lo que en este escondido pueblo ocurre, dominador de las noticias virtuales e impresas, bondadoso amo que no podríamos vivir sin tu teatro (a los dos me refiero), aunque sí podemos vivir con tus mil incumplidas promesas. Oh! Señor de las reformas, que pones tu estampita en las calles por donde pasó tu hormigonera. Apiádate de estos mortales con pinta de votantes, y recibe esta oración para orgullo de tu enorme ego. Tú que estás sentado a la derecha de nadie – porque, como Atila, detrás de ti no crece ni la hierba, ni la izquierda ni la derecha – recoge nuestra plegaria en este día de lluvia y viento. Oh! Pregonero de la democracia y la cristiandad de nuestra campiña, que sabes que más dinero da ser creyente que ateo, y que más votos recoges en las capillas que en la casa del pueblo; pasea tu vela en señal de penitencia; pero por nuestros tremendos errores, nunca por los tuyos. Oh! Señor del agua, líquido elemento que dejamos usar porque ahorramos si bebemos cerveza, y porque no nos limpia el alma política la mierda que escupe el grifo.

Oh! Sabiduría infinita, excúlpanos del pecado de haber dicho por la calle que buscas un puesto en Sevilla, y que tu candidatura tiene antifaz; nunca diríamos eso de ti, porque quedarías como un embustero. Y si llegases a desmentirlo antes del día del juicio final, donde las urnas más que servir, decoran, dos veces embustero serías. Perdónanos, oh! Rey de la peña, por votarte otra vez. Perdónanos por nuestros fidelísimos votos que te rehinchan el pecho para sentir que puedes tocarte los huevos, porque hagas lo que hagas, tenemos ya alcalde eterno.

Oh! José. Santo varón. Que esta oración sirva para calmar la lluvia y el viento; que te están estropeando las estampitas. Haznos unos almanaques para la cartera donde diga: más Martos, más cemento, más teatro.

Carpe Diem

Artículo publicado en Día a día en Junio de 2004. A pesar del tiempo, no ha perdido el sentido. Horacio acuñó la frase hace más de dos mil años.

No puedo más. Para un devoto del sueño como yo, esto de escribir la columnita para el Día a día el último día - ¿vale la redundancia? – a las tantas de la noche es agotador. A estas horas, cuando el silencio nocturno sólo se interrumpe por alguna melodía sentimental, o por algún motero que mañana no tiene nada que hacer antes de que salga el sol, uno se queda pensando en la interminable fila de estupideces en la que va malgastando las horas del día; eso sin decir ni una palabra de fútbol. Pasas todo el día pensando que los problemas que surgen en tu trabajo son los más importantes del mundo, y te hacen ver que sin alguien como tú nada sería igual. Mentira. Es un truco vil para tenerte amarrado y para que tu petición anual no supere el IPC. El estrés profesional es un papel para una obra de teatro.
El otro día volvía de un viaje de trabajo, y venía yo mirándome el ombligo y pensando en lo que tiene que soportar mi espalda, y en lo gran profesional que soy, cuando mi compañera de asiento, que supongo que jamás leerá estas líneas, vino a confesar a mi oído parte de la pena que la había llevado a hacer ese viaje. Regresaba a casa procedente de Méjico, donde había ido a conocer a una amiga, cuyo contacto hasta hace una semana, se limitaba a mensajes por internet. Hasta ahí todo tiene, digamos, cierta normalidad. Me contó que nunca imaginaba que tendría la oportunidad de conocer a su lejana – y tan cercana a la vez – amiga; pero que ahora sí. Ahora tenía la última oportunidad. Así que decidió que lo mejor era llevarse a su cáncer de tiroides de viaje y dejar a su marido y a sus tres hijos aparcados en su pisito de Torrejón, esperando que la semana no fuera demasiado definitiva para sus vidas. Me regaló un dulcecito para mi niña y dos o tres lágrimas que me empaparon por completo y que son el motivo de este artículo.
¿Tienen que pasar cosas así para darnos cuenta de lo que desperdiciamos el tiempo? A las seis en punto salgo mañana del sitio ese donde me conocen por un número y donde no dejaré herencia ni seré heredero. Voy a ocuparme un poco en dar sabor al presente, que el futuro amenaza implacable detrás de la esquina.

Adoptado

Hay una manera de vivir – es un decir – que mantiene el estómago apretado contra los huesos constantemente. Hay una forma de angustia sin fin que no te deja separarte del teléfono. Hay una pareja en algún sitio que cada día sueña con una carita desconocida, sólo anhelada; que destapan sus intimidades en miles de papeles, que cambian su vida por la incertidumbre de no saber si son aptos. Hay algunos que merecen que, por una vez, el negociador estirado que levanta barreras esté distraído con su amante y les dé paso; que el papeleo vaya más rápido que sus ganas; que la buenaventura pase por su casa y les deje el regalo que una gitana predijo al leer las líneas de una mano ansiosa y estéril.

Tanto tiempo llevan almacenando un cariño sin dueño, imaginando otra forma de vivir, que tienen la capacidad de recordar el futuro. Miles de ensayos del primer encuentro, de la primera palabra, de la sonrisa que por fin sale sin invenciones, de cogerlo de la mano y repetir su nombre hasta que él sienta que le quieres, que le necesitas. Miles de formas de poner la casa a su gusto desconocido. Miles de historias infantiles en la cabeza revolotean sin que ninguna de ellas sea todavía contada. Miles de días con la ventana abierta, a ver si sale la mala suerte que, como una mosca, se metió sin avisar; a ver si algún día les toca al menos un reintegro en esta lotería que es vivir.

En el momento en que el desconsuelo más les aprieta, se sientan en frente de la tele y ven que la Angelina Jolie de turno, se pasa por el ‘super’ de los niños de Kenia, y en dos semanas, se lleva a un negrito de la mano, mientras escribe en su talonario “VIP American Express Exclusive”, una cifra con más ceros de la cuenta. Qué bonito. Qué rápido. Qué fácil. Entonces se acuerdan del político que lleva años haciéndoles el teatro y se cagan irremediablemente en la puta que lo parió. Luego nos pedís el voto para las elecciones. Que te vote la Jolie…

La Poetisa

Ya me cansé de buscar la inspiración en la luna, en la marea idéntica a las ondas de una melena femenina, en los primeros brotes del almendro, y en todas esas paparruchadas que envuelven a la poesía en un plástico plateado, con lacito y todo, y aspecto de perfección absoluta, cual repostaje de Fernando Alonso.

Hoy recomiendo un libro. No es un libro cualquiera “La Poetisa”. El libro trae premio; concretamente el Premio de Novela Felipe Trigo (y desde hoy con el premier premio de novela “El Antifaz” consistente en un cafelito, o lo que se tercie, un día de estos que nos veamos por ahí). Cuenta la historia de una mujer y de su particular manera de dejar entrar a la inspiración poética: por detrás, por delante… El tío, el que escribe, es un jaenero al que podéis encontrar en las columnas de opinión del Diario Jaén. Podéis echar un vistazo en http://tiscarjandra.blogspot.com/ ; os engancharéis. En sus artículos es sencillamente directo; en su libro es directamente directo. Su lenguaje es, ¿cómo diría yo? Voy a intentar explicarme: Recomiendo el libro a todo el mundo, pero especialmente a esos que llevan siempre cara de bien afeitaos y de mal follaos; a la señora que nunca dirá a su marido que sueña con tirárselo en las butacas del teatro, a los que van a misa porque sino la parienta le pone la misma cara de guardia civil que cuando llega a casa después de perder diez mil duros al bingo y a otros juegos de bolas, a los que tapan el movimiento interior que en su bragueta produce la sonrisita de la niña del vecino con un brillante escapulario en el pecho, al equilibrado mental que se masturba compulsivamente en el baño si alguna hembra le deja asomarse a la botonera entreabierta de la camisa, y a los asociados a su asociación, hermanados a su hermandad, o partidarios de su partido, que lucen insignia dorada e integrista en la solapa, y que reza: soy el mejor, lo demás… una mierda.

Inspiraos; leed el libro y dejad que os entre la inspiración por donde le de la gana (si me hubiera pillao la semana pasada). La inspiración también es un escándalo, un disfrute. Que se lo digan a Jesús Tíscar. Si la inspiración os coge en bolas, tanto mejor.

Dicen...

Dicen que en los restaurantes chinos se come gato. Pero aquí no rezamos a Buda ni comemos carne. Es semana santa: penitencia, abstinencia, somnolencia, ausencia y poca creencia. Y la gente habla y habla porque como, de momento, es gratis: dicen que hay una cofradía de mariquitas; supongo que el comentario no pretenderá hacer daño, aunque da por culo.

Dicen que en todas las procesiones sale un alcalde inalcaldable y un cura incurable. Dicen que salen las velas embaladas, y que sacan a un cristo encriptado. Que los que no suben al trono, van auto entronados. Que los santos de oro no son adorados. Que los pecadores en el suelo, no tienen pecados. Que el camino completo no es completado. Que el que debe llevar capucha, no va encapuchado. Que los confesos no se han confesado.

Dicen que cuentan la historia al revés: que el que sale atado, mañana desatado; que el que han clavado, mañana desclavado. ¿Cómo sale entonces muerto y luego resucitado? ¿Está el orden desordenado?

Dicen que el que busca soledad, el viernes por la noche, soledad ha encontrado. Dicen que en la oscuridad de las calles caminan fantasmas oscuros; que la pureza buscada encuentra hombres impuros. Que la resurrección de uno sólo ha tantos está matando. Que hasta el amor sin límites lo están limitando. Dicen que el carnaval está procesionando.

La gente dice y dice y dice…Yo lo que dicen no me lo creo. Por no creer, ni en lo que veo.

Inspiración

Quién me diera una musa de fuego que os transporte al cielo más brillante de la imaginación; príncipes por actores, un reino por teatro, y reyes que contemplen esta escena pomposa — William Shakespeare.

Llevo dos días corriendo detrás de la inspiración. Se me está mostrando juguetona y escurridiza. Se asoma sonriente, y cuando creo que su intensidad luminosa es bastante para encadenar un par de ideas, se pierde burlona por detrás de mi cabeza. Este juego me inquieta y me hace sentirla cada vez más lejos. Si voy hacia el sol, ella es la luna; si me dejo invadir en la tranquilidad intensa de un café, ella no está en la pequeña dosis de azúcar como otras veces ocurrió; si busco un micro relax echando mano a la caja de cigarrillos, ella no es la llama que lo enciende, como otras veces ocurrió. Cuanto más la buscas, más grande es la decepción; y es que la necesito. Tengo que llenar de sensaciones una columna. Y no me vale cualquier estupidez política o lo primero que se me venga a la cabeza sobre estas vacaciones: si va a llover o no, si va a disminuir el número de muertos en la carretera… ¿dónde estás?

La inspiración es una ventana, pero hoy está cerrada; es un espejo, pero hoy está roto. La inspiración es un motivo. Eso que, sin necesidad de nombre, da temperatura a la sangre y mueve los pensamientos hasta que encuentras algo en el desorden interior digno de ser compartido con los demás. La inspiración debería ser un adhesivo en la piel, de manera que no hiciera falta buscarla, sino que estuviera siempre dispuesta a regalarte algo nuevo que inspirar. La inspiración es una mujer, de eso estoy seguro; aunque no sé explicar por qué – me falta inspiración para hacerlo – y si fuera un hombre, lo sería en función de las mujeres que conoce. La inspiración es la musa de la felicidad que impregna cada palabra de verdad (mejor dicho, de Verdad). La inspiración es una melodía que agita tus adentros y que va construyendo el camino entre una fotografía archivada en la memoria y las letras que estás leyendo.

Pero hoy la inspiración es una niña pícara jugando a taparme la boca con esparadrapo. Le guiño un ojo desde lejos y creo que la metí en el bote, pero no. Estoy cansado de buscar, la respiración y el pulso son anormales. Seguramente se ha ido con otro, haciendo de su libertad mi esclavitud, mi eterna dependencia. Hoy no tengo inspiración. Será la semana santa. Digo yo.

Xiao Nü Zeng. La joven Zeng.


Este artículo fue publicado en Día a día en Agosto de 2006, durante uno de mis viajes a China.

Ser mujer es siempre difícil (hay que soportar al padre, marido, hijo, o jefe que viene atado a ellas desde el nacimiento), pero acabo de ver que ser mujer en China, es algo más difícil que serlo en España, por ejemplo (siempre hay excepciones).

De regreso a casa, después del trabajo, durante el largísimo trayecto de autobús, se me acerca Zeng (una joven a la que no conocía de nada hasta ese momento) y me hizo una pregunta en francés que no pude contestar; le expliqué que yo no era francés y entablamos conversación. Después de unos minutos supe que Zeng es una brillante estudiante que justo después de acabar la universidad, encontró trabajo como aprendiz mientras prepara su viaje a Toulouse para estudiar francés. A simple vista la chica es una lumbrera y tendrá – muy probablemente – el éxito profesional que busca. Me fui a casa pensando en las grandes posibilidades que hay en China – aunque no lo parezca – incluso para las mujeres.


Al día siguiente, y después de buscar el significado de la palabra que en su momento no supe, llamé su atención para darle la respuesta. Esta vez la conversación giró 180 grados, cuando le pregunté que si estaba contenta con el trabajo y me dijo que no porque su padre era muy estricto; y tras escuchar un rato, me di cuenta de que ella estaba pagando un alto precio por llegar a ser alguien “importante”. Me explico: Zeng es la única hija – en China el gobierno sólo permite un retoño por familia, para frenar el enorme crecimiento demográfico – de una familia humilde. Su padre, un albañil chino que gana unos 120 euros al mes, posiblemente tuvo que tragar con la nena aunque, como la mayoría de los chinos, prefería un varón. El hombre debe entender que en su país hay demasiada gente para la pequeña oferta de empleo “en condiciones” que existe; y obliga a su hija a estudiar y trabajar constantemente. No hay salidas, no hay fines de semana, no hay fiesta con los amigos… sólo trabajar. Cuando Zeng era estudiante, el padre exigía que fuera la primera de la clase, y si no – y aquí viene lo grave – le pegaba. Está claro que cuando entran en conflicto la sociedad (más bien diría yo la cultura en este caso) con la competencia debida al rápido desarrollo que está transformando el país por el crecimiento económico, las familias deben, injustamente, sacar un país adelante a costa de soportar dramas como este.




Hoy he visto a Zeng en el autobús. Le he sonreído y ella, con su saludo, me ha dejado ver un arañazo debajo del ojo izquierdo. Prefiero pensar que fue un accidente. Prefiero no preguntar qué le ha pasado.