Aprendí a quedar último en un concurso de cartas de amor. Escribí al desamor




Desde esta isla desierta donde vivo tras una puerta sin mirilla envío un manifiesto, un correo sin matasellos, una escuálida nota como vacuna para esta enfermedad descolocada. Decía Neruda: “Quisiera hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.”

Taparme con las mantas de tus brazos en candado no es un derecho, ni una factura a noventa días, ni el remedio de la triste mirada de los enchufes rotos, pero tus ojos dejan un olor amargo en el vapor de la plancha que no acaba de quitar las arrugas de mi frente. Me dices que te gusta como he dejado la sala de estar, y lo que estuve preparando es el dormitorio. Por el agujero de la chimenea se han evaporado un yo te hago la cena y un yo también estoy cansada. He renunciado a muchas cosas por el imán de tu boca, pero siempre se colaba por la ventana el aire de la inestabilidad y el polen de la locura me hacía estornudar. No llevo escudo, ni arnés, ni hago copia de seguridad de mis sentimientos; quizá me di cuenta de que valiente rima con imprudente.

Hoy descorrí las cortinas y entraron los violines de una orquesta y los jazmines de la fachada. He visto el río crecido, donde nadaban, como pétalos de flores chinas, momentos que había soñado. Si me rompes la brújula me voy con la corriente. Aunque no hayas llegado voy a vestirme. Tú sabrás lo que tienes en tu parte del ropero. Me pinto los labios de coraje enfrente de mis ojos, que sin tus ojos, ya saben distinguir reflejos de espejismos; y sonrío sin tropiezos. Una vez decantado, recrear al vino en el reposo es aburrirlo, es impacientarme el paladar deseoso. No pasa nada si no llegas; ya sé brindar por mí con una sola copa.

Ya está. Ahora, entre las cartas del banco, tengo una carta de amor. A mí me hubiera gustado hacer contigo lo que Neruda hace con un poema.