Siesta en La Mancha

Este calor de uvas, de racimos calientes,

De moscas pegajosas y perros a la sombra,

De avispas en las tejas y de niños descalzos.

Calor irrespirable, que hasta el aire me estorba.


Brisa que aplasta el llano, despeina los arbustos;

Calor inaguantable, calor casi andaluz.

Se seca la garganta, se secan las palabras.

Golondrinas que adornan los cables de la luz.



Cuando el sol se doblega por detrás del jardín

Los pájaros empiezan a acunar su silencio.

Las tapias dan más sombra que las hojas de un libro

Las palomas se arrullan y se quitan de en medio.


Y yo con mi libreta que pinto con sudores

Me voy a donde el sol no me sea tan injusto.

La sensación de sueño, de no haber dicho nada

Acompaña mis pasos hasta el fin de mi mundo.



Verso blanco

Si alguna vez llegara a ser poeta

Me sacaré dos versos del bolsillo

Que lleguen a explicar una mirada

Como un amanecer entre las olas.


Enfrías el café y caldeas el vino.

Mis ojeras orientan tus agujas.

Podría imaginar algo mejor

Si alguna vez llegara a ser poeta.



Podría imaginar que la belleza

Se encierra en la cueva de tu boca;

Podría exagerar que el algodón

Te nace en la yema de los dedos.


Recuerdo que una vez fuiste ligera,

Más ligera que un pájaro en otoño;

Los pies se te alejaban de este suelo

Y quedaban palabras mutiladas.


En este mismo instante he comprendido

Que mis ganas se acaban en minutos;

Quizá es que yo no quiera ser poeta,

Quizá en otro poema te lo cuento.



El dueño de Paris. (poema y pintura)

He conocido al dueño de París;
tiene plata en la barba, y sin embargo,
solo es dueño de unos vasos de anís,
y de un acordeón de tono amargo.

El viento de los bosques ha traído
el virus de la paz a los cristales
calientes de ese sol que ya se ha ido
por la aguja de bronce sin ojales.

En la hierba caminan varios niños;
flotan sin uniforme ni zapatos.
Vienen en autobús tintes y aliños
para pintar un cuadro con dos gatos.


Acuarela de Eric Moisy inspirada en el poema.


Los ancianos han puesto un mercadillo
de vinos, de sombreros y pimienta,
de magníficos libros amarillos,
de recuerdos a un euro con cincuenta.

En las interminables horas de saliva
una pareja mira con la boca.
El fresco del ocaso tiene viva
la llama de la sangre medio loca.

Nos vamos a cenar cuando la tarde
se maquilla de joven parisina.
Una vela nos mira mientras arde
la corriente del Sena en la cocina.

Hay horas que la luz solo me acierta
a la penumbra dentro de un arcón.
La bohemia se sale por la puerta
y suena amarga en este acordeón.