Amanece porque sí, porque es lo natural. Cierro la puerta de la habitación y me quedo otra vez solo en la maraña amazónica de cemento que es Barcelona. El café del hotel es lo más parecido al agua que sobró de fregar el escalón de la puerta. Aunque los científicos se empeñen en poner hora y minuto al instante del amanecer se trata de un proceso, casi abrazo, en el que el sol va comiendo terreno a la magia nocturna salpicada por esas torpes actrices imitadoras de la luna que se sostienen sobre una pata como flamencos de geometría imposible a las que llaman farolas.
Dicen que la mañana despeja. A mí me aturde. Desde el taxi veo el enjambre de estudiantes que se acercan a la universidad, esos nidos de café y pan tostado al que acuden diferentes especies animales y del que salen disparados como cuando el viento empuja a las hojas secas, esos agujeros hechos en el suelo que son como la boca gigante de un hormiguero de hormigas gigantes somnolientas y desorientadas, esas cuadrillas metálicas ordenadas por filas que se interrumpen al son de una música roja, amarilla y verde. Flores de infinitos colores anuncian su apertura de pétalos en el momento en que levantan sus persianas para atraer a las abejas ociosas de miel en oferta. Componen entre todos un paisaje anónimo, dinámico y artificial. Cada uno camina hacia su propio amanecer, y sin embargo, el amanecer de hoy es el mismo para todos.
El sol lanza rayos de luz cegadora que atraviesan la ventanilla del coche cuando éste coincide con el hueco que hay entre dos enormes cubos de queso con cristales y persianas en cada agujero. La luz me habla demasiado fuerte para la hora que es. Llegamos al lago donde los patos mecánicos levantan el vuelo a intervalos de dos minutos. Resguardado del ruido desde la cristalera del cañaveral de hormigón a la orilla misma del agua me quedo mirando como las aves engullen pequeños seres y los guardan en sus tripas de acero. Ya es de día.
Hay otro tipo de amaneceres. Lo sé. Más naturales quizá. El que te guste más o menos depende la naturalidad con la que te levantes, de qué estabas soñando cuando la almohada te frotó los ojos, de qué cenaste ayer después de cenar, de si te quedaste durmiendo con la suave naturalidad con la que amanece.