Catálogo de Hadas. 2ª parte.




Cómo os decía la semana pasada, los niños se metieron dentro de un arbusto del parque y desaparecieron de allí. Continúo:


Al otro lado del arbusto había un paisaje distinto, casi imposible; era el país de las hadas. Era todo tan pequeño que ellos parecían gigantes. Los árboles se quedaban a la altura de la cintura, con un pie eran capaces de cortar la corriente de un río, y asomarse a las ventanas de las casas era la misma sensación de ponerse unas gafas. Había cosas sorprendentes. Los gatos tenían unas alas que les salían del lomo e iban volando a todas partes. Las flores eran diminutas fábricas de perfume, que espolvoreaban a su paso. La hierba tenía muchos colores, había campos de color rojo, azul, verde, naranja, morado.

. ¿Y por qué había hierba de colores? Aquí toda la hierba es verde – preguntó el niño que escuchaba con mucha atención mi cuento.

- Porque sí. Porque estamos en un país de fantasía y todo puede ocurrir. Como te iba diciendo, la hierba era de muchos colores, y el agua del río pasaba regando todos y cada uno de los trozos del bosque. Los niños se detuvieron en la orilla donde un hada de color azul jugaba con el agua. El niño la saludó, y ella se escondió rápidamente detrás de la vegetación. La niña dijo a su hermano: “La has asustado, bruto” – y alzando la voz dijo – “Sal de ahí, por favor. Queremos hacerte una pregunta sobre el día y la noche”. El hada azul asomó sus puntiagudas orejas entre las hojas de la planta donde se había escondido y dijo: “Entonces os habéis equivocado. Yo soy el hada del agua, no el hada del día, ni el hada de la noche”. El niño siguió preguntando: “¿Hay un hada para el día y un hada para la noche?”. El hada del agua se plantó agitando sus alas en la punta de la nariz del niño y dijo: “Y un hada para el otoño, y otra para la primavera, y otra para el fuego, y otra para las tormentas, hasta hay un hada malvada que domina la oscuridad”. La niña dijo sin pensar: “Es de esa de la que tengo miedo. Estoy segura”. El hada contestó: “No debes preocuparte por ella. No vive con nosotros desde que la reina de las hadas la desterró a un país muy lejano. Sólo de vez en cuando causa algún eclipse, pero no es peligrosa; le quitaron sus poderes mágicos antes de expulsarla”.



- ¿Y por qué había un hada malvada en un país de hadas buenas? – interrumpió en niño de los ojos abiertos con preocupación.

- Porque sí. Porque en cualquier parte puedes encontrar alguien que no lleva buenas intenciones. Bueno, si te parece continúo. La niña preguntó al hada del agua: “¿Y cómo podemos ver al hada de la noche? Quiero decirle que me da miedo cuando se oscurece el cielo.” El hada pequeñita sonrió y dijo: “No es fácil encontrarla. Os aconsejo que compréis un catálogo de hadas que hay en la tienda del pueblo. Allí podréis ver todas las hadas que existen, qué hacen, cuáles son sus poderes, y por supuesto, dónde se las puede encontrar.” El niño dijo: “Me parece buena idea, pero, ¿por dónde se va al pueblo?”. El hada azul voló hacia el inicio de un camino y les marcó con la mano la dirección del pueblo. Después de esto añadió: “En el primer cruce debéis coger el camino de la izquierda, en el segundo y en el tercero, tomad el camino de la derecha, y en el cuarto, otra vez el de la izquierda – y dijo pensando en voz alta - ¿o en el cuarto era el de la derecha? No me acuerdo bien.” Los niños se decepcionaron un poco porque no creían poder llegar al pueblo de las hadas con tantos cruces y tantas dudas; esta decepción se les notó en la cara. El hada que los vio dijo: “Está bien. Yo no os puedo acompañar, pero puedo intentar que una nube vaya soltando lluvia a lo largo del camino.” Y en seguida hizo aparecer una nube cuadrada, como los trozos de queso que comían en casa, que se situó en el inicio del camino. Por donde iba pasando iba lloviendo, como cuando los trozos de queso gotean aceite encima de la mesa, pero como era tan pequeña, la lluvia apenas si mojaba el suelo del camino. El hada añadió: “Esto de las nubes cuadradas no lo tengo perfeccionado todavía, digamos que está en fase experimental, pero espero que os funcione. Buena suerte chicos.” Y desapareció volando a lo largo del cauce del río.





Los niños siguieron a la nube cuadrada, que fue eligiendo el camino en cada cruce hasta llegar a la entrada del pueblo, donde se quedó parada. La primera casa era la tienda del pueblo, y los niños empezaron a sonreír hasta que el hermano mayor cayó en la cuenta de que no llevaban dinero para comprar el catálogo de hadas. A pesar de todo entraron en la tienda. Era un sitio encantador – que otra cosa podría ser en un país de hadas – lleno de vasijas con ingredientes para hacer conjuros, estanterías repletas de varitas mágicas, cáscaras de nuez con polvo de hadas dentro, tabletas de chocolate, y caramelos en forma de alas de hada. Los niños estaban boquiabiertos mirando las maravillas que había allí cuando un duende más viejo que el abuelo de mi abuelo les recibió sonriente: “Buenos días. ¿Andáis perdidos?” El niño contestó: “No señor. Venimos de parte del hada del agua. Queremos un catálogo de hadas – y anunció sin remedio – pero no tenemos dinero.” El tendero contestó: “Entonces no puedo venderos nada. Lo siento mucho, pero un catálogo de hadas vale tres monedas de oro de hada. Buenos días.” Y se metió en la trastienda a seguir rellenando el pedido del mes.

Catálogo de Hadas. 1ª parte.






Queridos niños, sé que por el simple hecho de ser tan pequeños vuestra curiosidad por conocer lo que aún no habéis visto, o por entender lo que una vez visto no se entiende, os lleva a merodear por los caminos de la travesura, y a veces por los de la indiscreción. Puede que no os deis cuenta, pero vuestros papás y mamás no saben qué contestar a algunas de vuestras preguntas. Yo os voy a contestar hoy a todas esas preguntas. Tened en cuenta que en otro tiempo fui un científico de esos que masticaban las hojas de los libros de astronomía, y conozco muy bien las cosas que se mueven por el cielo; y que también fui un viajero que llegó hasta donde Marco Polo dio la vuelta a su barco, así que conozco otros países tan lejanos como las manzanas del árbol cuando no tenéis escalera, y lenguajes tan extraños como el que hablan los adultos cuando se ponen corbata. ¡Ah! Y tened en cuenta que soy un personaje al que sólo se le ven los ojos, que siempre dicen la verdad; y que, como oculto mi cara detrás de una máscara no tengo miedo a quedar en ridículo; así que, si os apetece, también os podéis reír de mi (creo recordar que una vez fui un payaso de circo). Os contaré, para explicaros todos los porqués del mundo, un cuento que una vez conté a un niño que tenía los ojos y los oídos muy abiertos, y lo que él me iba diciendo a lo largo de la narración. Nos sentamos en una alfombra mágica, me puse mi antifaz y le dije:


"Había una vez dos hermanos, niño y niña, que vivían en una casa muy muy grande. Era tan grande la casa donde vivían que ellos se sentían muy pequeños, mucho más de lo que en realidad eran. El hermano, que era el mayor, pensaba que su tamaño era como el de las tazas del desayuno; y la hermanita, más pequeña todavía, era como las tazas del café. Un día, mientras la hermana pequeña jugaba con sus cosas en su enorme habitación vio como la luz de la ventana se iba apagando poco a poco hasta que se hizo de noche. Entonces la niña llamó a su hermano para preguntarle una cosa. El hermano, que estaba en su habitación jugando también, tardó casi media hora en llegar, pues sus piernas eran muy cortas y el pasillo que comunicaba las habitaciones era tan largo como el pan que nos dan cuando no tenemos hambre. Cuando llegó, la niña dijo a su hermano: “No me gusta que se haga de noche. Me da miedo.” El niño dijo a su pequeña hermana: “No te preocupes princesa, yo me quedaré contigo hasta que venga mamá.” Entonces la niña dijo: “¿Por qué se hace de noche? ¿Por qué no puede ser de día siempre?” El hermano puso cara de sabelotodo y contestó: “La culpa de todo la tienen las hadas, ellas preparan el día y también la noche. De hecho hay un país donde nunca es de noche, porque está tan lejos que las hadas no pueden llegar allí con sus alitas pequeñitas.” La niña volvió a preguntar: “¿Cómo de pequeñas son las hadas? Me gustaría verlas para decirles que no me gusta que se haga de noche.” El hermano dijo: “Son muy pequeñas. Tú eres como las tazas del café, y ellas son como los cuadraditos de azúcar que se ponen en la taza. Ahora que lo pienso, nosotros podríamos verlas. Aunque ellas nunca se dejar ver, yo sé dónde viven. Si quieres podríamos ir mañana a verlas.” La niña se ilusionó y dijo saltando de alegría: “Sí, por favor; vamos mañana, hermanito.”


¿Y por qué eran tan pequeños esos niños? – me preguntó el niño de los ojos muy abiertos.



Porque sí – contesté muy convencido – porque todos no somos del mismo tamaño. Continúo con el cuento: Esa noche, la niña no durmió casi nada de la emoción de poder ver a las hadas que causaban el día y la noche. Así que cuando se despertó todavía no había amanecido, y se asomó a la ventana para ver si podía ver como alguna hada quitaba la luna, ponía el sol, pintaba los árboles de verde, los tejados de rojo, pero no pudo ver nada. Todo ocurrió en silencio y tan suavemente que pareció un truco de magia. El hermano mayor, que tampoco había dormido mucho, llegó a su habitación con pegamento en los ojos y los bolsillos del pijama llenos de sueño. Los dos fueron a lavarse la cara con los brillos que el sol hacía en el agua de la pila que había en el patio. Rápidamente tomaron un vaso de leche – con cuidado de no caerse dentro – y salieron a la calle en dirección al parque donde tantas veces iban a jugar a la pelota. El niño llevaba a su hermana de la mano para no perderla y para evitar que se quedase atrás. Llegaron a un punto del parque donde había un arbusto enorme con flores moradas. En el centro del arbusto había un hueco entre dos ramas por donde ellos cabían sin ningún esfuerzo. El niño miró hacia todos lados para asegurarse de que nadie les estaba viendo, y en un segundo, desaparecieron de allí como si el arbusto se los hubiera tragado.


Kisses are forbidden



Porque noticias como estas no deben ocurrir. Gracias a Maria por el enlace.










Susan trabaja en la estación de Warrinton Bank Quay de Cheshire, al norte de Inglaterra; Philip tiene que coger un tren cada mañana para ir al trabajo, y deja allí a Susan esperando el tren de vuelta, que afortunadamente ocurre cada tarde. En el andén se despiden como si no volvieran a verse en varios meses; se olvidan del ruido que colma las mañanas del tren y se besan hasta que la máquina empieza a moverse. Philip tiene destreza suficiente, de tanto practicar, para subir a un tren en marcha. Con una mano se agarra al vagón, y con la otra dice adiós a Susan, que se dispone a trabajar limpiando la estación de tantos sentimientos que se quedan esperando en los andenes.

Mario cuida a su madre, sentada en una silla de ruedas, con la devoción propia de un hijo agradecido. Cada mañana, antes de salir a la calle a tomar el sol, la peina y la asoma al espejo para que ella vea lo que va quedando de la mujer rebosante que fue no hace mucho tiempo. Al llegar a un parquecito de la ciudad de Guanajuato – donde viven – que es el sitio de donde salen los latidos de las montañas de Méjico, mamá se queda un rato al borde del estanque de los peces observando la facilidad de sus movimientos y sus peleas por uno de los trozos de pan que ella misma les ofrece; Mario aprovecha el deleite de su madre para dar un paseo por el parque, y encontrarse con Rosario; su amor a ratos, a trozos, a intervalos. Hasta que hay que volver a casa con mamá.

Susan pasa el día recordando los juegos de cama con Philip, segura de que él también tiene lo mismo en la cabeza. Mario pasa las tardes imaginando un parque eterno, un árbol que da sombra y escondite. Philip trabaja en su oficina con el ánimo de salir lo antes posible y que el camino de hierro le lleve de nuevo a la estación. Rosario juega con su hijo y le hace la vida fácil a pesar de que todos sus compañeros de colegio le preguntan que por qué no tiene un papá. Susan y Rosario cuentan el tiempo con la seguridad de que marcha a su favor. Philip y Mario miden la distancia que les separa de su amor y no les llega a medir más de un abrazo.

El altavoz anuncia la llegada del tren de Philip en el mismo momento en que Susan cierra la taquilla donde guarda la ropa del trabajo. Sale con urgencia pasional a esperarle, y se encuentra una señal en el suelo que dice: “Prohibido besarse en el anden”. Justo en el acceso hay pintada una línea en el suelo donde sí está permitido besarse a las parejas. Susan traspasa la línea y recibe a Philip con un beso enorme, como si acabara de regresar sano y salvo de una guerra. El personal de la estación les advierte que no está permitido besarse en esa zona. Ellos sonríen y siguen con la boca pegada un rato más.

Rosario está hoy preciosa. Lo hizo a posta, como cada día; coquetea con el espejo hasta que éste le dice que ya es suficiente, y se va a esperar a Mario. Hoy encontró un cártel que decía: “Queda prohibido pedir limosna, usar palabras mal sonantes y besarse en la vía pública, bajo multa de mil quinientos pesos” (unos 100 Euros). Para colmo de males, vio un guardia merodear por allí en el momento justo en que Mario llegaba a su altura. Mario se acercó a ella con la impaciencia de llevar un día entero deseando sus labios. Rosario le señaló en cártel y la posición del guardia. Mario, sin dudar un segundo, sacó mil quinientos pesos de la cartera y los mantuvo en la mano mientras besó a Rosario con más ganas que de costumbre, si es que esto es posible.

Son las once de la mañana en Guanajuato, las seis de la tarde en Cheshire. Hay sitios del mundo donde a esa hora las armas de fuego están permitidas; se me ocurre pensar que en Jerusalén son las ocho de las noche. Hay sitios del mundo donde besarse está prohibido.