Abre cortinas


Ahora ábrelas. Levántate antes que el sol y sal a la calle a esperarlo. Que sepa quién manda en tu verano. Píllalo desprevenido a esas horas en las que todavía está en pijama. Abre las cortinas y dile al viento que pase con sus zapatil
las mañaneras; lávate la cara con él mientras se hace el café. Cuando riegues el paladar de sabor piensa en tu día que ahora empieza. Plántalo ahí al principio de tus ideas conscientes como si tuvieras hambre de vivir.


Hoy formas parte del curso de un río, vuelas con el viento, eres uno de los árboles del bosque que refresca este calor. Abre las cortinas y entra dentro de la foto del paisaje que te brinda tu ventana. Mírate al espejo, sonríete; di algo que te guste; nadie más sabrá que le hablas al espejo ni que sonríes así cuando no llevas antifaz. Ahora sal a la calle a beberte el verano con cubitos de ganas de vivir. Toma la rutina con alegría y las novedades con sed de aprender. Emociónate con cualquier gilipollez. Guiña un ojo a un niño que pase por la calle y sonríele sin que te vea su padre como si fueras uno de los personajes de sus cuentos. Entra en una tienda de artículos baratos y roba algo que no tenga código de barras. Llega tarde al trabajo y di que te paró la Guardia Civil. Piérdete con el coche por una carretera de montaña. Apaga el móvil un rato. Suda como si fuera la primera vez que sudas. Respira como si fuera la última vez que respiras. Gástate lo que llevas en la cartera. Bájate al mar y baila como si fueras una de sus olas. Hoy es tu día. Un nuevo día. El primer día de tu nueva vida. Haz sólo lo que salga natural, lo que fluya, lo que te provoque risa o deseo, lo que te pida el cuerpo. No te hagas preguntas que no sabes contestar; el tiempo trabaja a tu favor. Hoy no. Hoy no. Hoy es un día distinto.


Abre las cortinas y mira lo que te estabas perdiendo. Cómete la luna y bébete la marea cuando suba. Disfruta de una sombra como si fuera un oasis. Disfruta de la música como si fueras compositor. Disfruta del atardecer como si fueras pintor. Disfruta. Escribe un poema que parezca una copla. Disfruta. Y si no te gusta nada de lo que te gusta hacer en verano, no lo hagas. Haz otra cosa. Hoy no. Hoy no. Hoy no se fuerza la fuerza. Hoy no tienes fuerzas para nadie. Sólo para ti. Abre las cortinas y hazte una pregunta: ¿para qué has venido aquí? Abre las cortinas y mira la respuesta.

Cierra cortinas

Cierra las cortinas que el calor asfixia, el blog está que arde de ausencias y presencias descalzas, y hasta la luna está sudando estrellas. Cortina espesa como la de mi abuela, con aquellas rayas bandoleras. Cortina fina con sentimientos bordados. Cortina que encierras soledades y compañías, que ocultas paisajes y borrascas. Cortina larga que hace con sus bajos el oleaje de los pasos que no doy. Cortina corta, corto antifaz.

Echa la cortina aunque traspase hasta el tímpano la carraca aguda de los grillos de esta tarde, aunque rompas el instante silencioso de la noche estrenada, apenas oscura, apenas respirable, apenas noche. Cortina, la primera bailarina loca del verano, novia sonriente de los cuatro vientos, que a los cuatro acaricias. Cortinas viejas, tejidas de secretos, de recuerdos colgados en las cortinas de otro verano, que ni al lavarlas se limpian de lo que oyen. Cortinas nuevas, que no saben lo que el sol traiciona y acalora. Si peleas con él perderás como lo hice yo, novata luchadora, pero alegre inconsciente, cortina adolescente. Cortina que deja pasar la música y la siesta, las voces y hasta los susurros, la mitad de los olores, el doble de los versos de un poema.



Echa la cortina, pájaro sin alas con ganas de volar, bridas en la cabeza, estampas en el pecho, pies de plumas, mirilla sin ojos, reloj parado. Nunca se sabe lo que pasa detrás de una cortina, y siempre lo que pasa delante de ella, por eso ponen flores a la entrada de la cortina, para avisar que alguien las cuida antes de cerrarlas. No hay más libertad que encerrarse detrás de una cortina. No hay aire más ligero que el que dejan respirar las cortinas. La diferencia entre una celda y una alcoba es la danza de una cortina. La boca se calla, el oído se cierra, los ojos se ciegan; a qué sentidos llaman las cortinas. Abona la penumbra, dicta sentencia sobre la respiración, cambia el ritmo de los latidos. Tatuaje en la cara, escudo para los cobardes, paraíso para el solitario, alegría para el triste, cueva de promesas, océano de palabras sin sentido, aunque con dirección. Capricho de mujer, atrevimiento para la vergüenza y el fracaso.

Si te vas, aprovecho para escribir un rato. Echa la cortina.

Tierra de nadie


Mi tierra no es hija de ninguna otra tierra, pero es hermana de cualquiera. Mi tierra es como la piel, mestiza de arcilla, de oscuridad y caliza. No tiene puerta ni verja ni alambrada, tiene un signo de interrogación en la frontera. No tiene papeles de propiedad en ningún registro, tiene una aduana de pinos para el viento que nunca sella el pasaporte venga de donde venga. No tiene detectores para las pisadas del castizo ni las del viajero, tiene la luz de la que viven las flores amarillas que parecen soles para desayunar.

En mi tierra hay un andén solitario y un muelle sin maromas donde se escriben los abrazos esos en los que un cuerpo encaja en el otro. Al fin y al cabo la bienvenida y el adiós son un mismo gesto: el corazón en los labios y la lluvia en los ojos. De donde yo soy está permitido fumar y soñar que el humo se lleva algo de ti, quizá a otra tierra; está permitido cantar y bailar para no pensar en el sudor que la tierra provoca; pero está prohibido hacer profecías si eres de aquí o si vienes sin dinero. Sólo el poderoso adivina el futuro; estará escrito en las líneas podridas de su mano.


Soy de una tierra tan pequeña como una isla para uno sólo, a veces tan grande que no adivino el mar. La patria se hace más grande cuanto más la miro, y sin pagar una moneda tengo un café en París, un balcón en China, un restaurante en Barcelona, un sueño en Argentina, una copla en Cádiz, un glaciar en Suecia, un castillo en Jaén, una borrachera en Frankfurt, una campana en Florencia, un cielo en Cuba, un almendro en flor vaya por donde vaya, y un amigo en los accesos que hay a la derecha de mis letras.

Mi tierra es un balcón para ver la luna, y están haciendo una carretera nueva para ir a visitarla. En mi tierra los niños son mayores que yo, y los viejos esperan la juventud sentados en la puerta. Mi tierra huele a jazmín y a gasoil, echa las cortinas al maquillaje de cal y al de mármol; cuando no hay circo vamos a misa a ver al cura; el reloj sestea y la olla se quema; la salud va al médico todas las semanas y la enfermedad está siempre sentada en frente de la tele; los pobres se hacen diamantes con la basura del rico; como nos da vergüenza mostrar los sentimientos, vamos a Mercadona a enamorarnos de los yogures alemanes; en mi tierra nunca llueve a gusto de todos, ni sale el sol cuando amanece; el cementerio se está llenando de recuerdos y las calles de muertos andantes; en mi tierra está mal visto babear en un escaparate de bikinis pero se puede pasear al perro que ensucia la acera de poderío y aparcar los cojones en doble fila; qué asco cuando la tierra la queremos dejar tan limpia.


El rosal que plantó mi abuela


Decir que vivo en Jaén es una afirmación circunstancial de casualidad. He vivido en tantos sitios que en cada uno de ellos he muerto, y escribo epitafios mientras hago las maletas. Quizá donde vivo es en el andén de los abrazos de despedida, en el límite entre tu tierra y la mía, en el pañuelo que te llevas con mi olor, en las colillas de tu cenicero, en los pelos del peine de un hotel, al lado de la puerta de embarque, en el rosal que plantó mi abuela, en las preguntas de mis hijos, en lo que piensas de mí antes de contármelo, en tierra de nadie. Mi tierra no es mía, no es de nadie. Me gusta ese sitio.

Luna nueva

Zen - ~~


Hoy (el lunes 9 de junio) se celebra en China la fiesta del dragón. Es el quinto día del quinto mes lunar; y sobre la luna camina de boca en boca una leyenda de miles de años, aunque en mi memoria lleva tan sólo dos. Me contaron ésta historia cuando estaba recién llegado, y algo ocurrió dentro de mí.


“En la antigüedad existían diez soles en el cielo, y un bravo guerrero acabó con la luz de nueve de ellos. Los dioses, agradecidos por su valentía, regalaron al guerrero una pócima que lo convertiría en inmortal. La mujer del guerrero, Change (luna en chino), llena de curiosidad por saber del contenido y los efectos del líquido probó la pócima sin el permiso de su marido. Los dioses, enfadados por la osadía femenina, la castigaron a vivir para siempre en la cara oculta de la luna. Hoy día creen que está allí. Algunos la ven.”
Con esta leyenda se confirman dos de las pocas cosas que desde siempre nos organizan y nos motivan (no con justicia) y que no dependen del dinero: que la voluntad del varón tiene siempre más peso que la de la mujer, y que no hay un poeta que no vea una mujer en la cara de la luna. China, como otras culturas, alimenta la fantasía de su gente, a veces incluso justifican su comportamiento, a base de innumerables fábulas, alegorías y leyendas. Los antiguos poetas chinos escribieron miles de ellas. No sólo los científicos nos van a explicar el mundo. No sólo los filósofos nos van a explicar la mente.

No sé si explicar ahora que la delgadez de mi poesía depende de la luna en una gran parte, porque no estoy seguro si es verdad que es una mujer o una simple esfera colgada de mi imaginación. Pero sí se parecen de alguna forma la mujer y la luna, sino no habría tantas canciones salidas del manantial de plata. Quizá se parezcan en que no siempre se dejan ver, en que no siempre sonríen, en que no siempre te hablan aunque siempre te miran, en que son ellas las que mandan en la noche. Siempre someten al sol en su muerte diaria y además desafían los despertares. Quizá se parezcan en sus ciclos de hormonas, brillo y flujo vaginal, en sus paseos descalzas, en la estela de su pelo limpio, en sus sombras de ida y vuelta, en sus embarazos largos y en el dolor de los partos, en sus estrellas recién nacidas y en la constelación de mi poca responsabilidad.


Quizá se parezcan en lo que me provocan, mareas, carnavales y ausencias. Quizá se diferencien en lo que impone su presencia. La luna no tiene varón que la posea, la mujer recibe a veces las caricias con una mano y la bofetada en la cara de luna nueva con la otra mano del que se llama compañero. Si alguna vez no hago lo que me pides, seré indigno de mirar la luna, y no diré más esta boca es mía, y que derramen mi sangre en una noche sin luna. Que a la luna no la quiero aunque la cante; pero a la mujer sí.