El Pirata



Hoy me tapo un ojo con el antifaz. Como si fuera el parche sucio y vivido de un pirata solitario. El pirata es un justiciero fuera de la ley. Da vacaciones a quien las necesita. El pirata es malo, como el mismo diablo; los buenos suelen ser más torpes. El pirata convierte las interrogaciones en respuestas con signos de admiración. El pirata habla con mano de hierro. El pirata vive ilegalmente escondido en su isla desierta que hay en medio de la gente. El pirata es un luchador incansable. Roba las penas y reparte alegrías. No se detiene a hacer balances, críticas u observaciones; toma lo que le gusta y se pierde en el horizonte. No hay listón que supere las hazañas de la piratería. Dos tibias y una calavera son la bandera sobre fondo negro del pirata. La calavera porque no tiene rostro. Las tibias porque está prohibido el paso al interior de un pirata.


El pirata es más fuerte que el barco que vence al maremoto en alta mar. Es más rápido que un huracán: llega, arrasa, y se va antes de que la guardia lo descubra. Y si algún día lo atrapan, empieza a planear su escapada de la cárcel. El pirata es inmortal. Nadie entierra a un pirata. Está tranquilo en su isla donde nadie hace preguntas. Corta el viento con su espada para no quemarse la cara. Lucha constantemente, cada día, cada minuto. Nadie lo entiende, porque nadie le conoce. No huye, sino que se retira a recuperar fuerzas para marcar otro objetivo. El pirata disfruta de los mejores amaneceres jamás vistos. Nunca se pierde porque va guiado por la luna y las estrellas. No usa mapa porque ya sabe el camino hacia su tesoro. En su libro de viajes hay escritos poemas piratas y aventuras impensables de amores que quedaron esperando en el muelle a ver si alguna de estas lunas le trae su barco de regreso. Tiene mil cicatrices, pero ninguna dolorosa; son capítulos de una novela de piratas, de una novela a la que nadie tiene el valor de escribirle el final.

Levad anclas. A toda vela. Y sin rumbo fijo. Hacia donde quiera el viento hoy. Que llevo por compañera mi botella de ron y la historia que estoy escribiendo a base de atracos y borracheras. El pirata es una leyenda. Pero algunos cuentan entre misterios y fantasías, que es verdad que lo han visto cantando a voces la canción del pirata en su barco negro como la noche.

Canción del pirata (José de Espronceda).

Con diez cañones por banda,viento en popa, a toda vela
,no corta el mar, sino vuelaun velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,por su bravura, el Temido,
en todo mar conocidodel uno al otro confín.
La luna en el mar riela,en la lona gime el viento,
y alza en blando movimientoolas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Stambul: …

Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo tengo aquí por mío cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor,
que no sienta mi derecho y dé pecho a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar…

¡Sentenciado estoy a muerte! Yo me río;
no me abandone la suerte, y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena, quizá en su propio navío.
Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di,
cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar.

Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor
de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar,
yo me duermo sosegado, arrullado por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,mi única patria, la mar.»

¿Borbones? No gracias

Hoy no hablo. Porque si no dejan que “El jueves” hable, yo tampoco hablo. Me parece… joder no encuentro el adjetivo. Ayudadme. A ver:

Adivina, adivinanza:
Si una revista aprovecha una noticia para hacer un chiste. Si un juez le parece que el chiste es indecoroso porque se trata de la familia real (si se tratara de otra familia cualquiera no, aunque en lo físico somos todos iguales). Si retiran la revista de los quioscos; es decir, nos tapan la boca. Si los demás callamos como putas porque no sabemos qué decir. Adivina adivinanza: ¿estamos en democracia?

La respuesta la encontré aquí: Calma, mi amiga catalana me lo anunció.
http://calma-concalma.blogspot.com/2007_07_21_archive.html#951173918946294213


Pero yo decir no digo nada. No vayamos a tener tonterías y me cierren el blog del antifaz, con lo bonico que lo tengo últimamente.

Si los borbones solamente se les puede sacar en las bodas y en los barcos… vamos a invitarles cortésmente y con educación exquisita a que se queden ahí, en el barco. Porque no me imagino yo al muchacho, ahora ofendido, en la cola de firmar el paro. Yo no digo nada.

Desorden




Muchas veces, más de la cuenta diría yo, me empeño en ordenar mi vida. Piensas que el escritorio es un espejo de ella: lleno de papeles del banco, de folletos de publicidad inservibles, de dibujos de los niños, de notas sobre futuros post o simplemente notas que no sabes hacia donde pueden progresar. La conciencia – esa voz que tiene tu mismo tono pero que a veces no reconoces como tuya – te dice que ordenes un poco la mesa. La foto de tu vida habla a través de la mesa, o de cuánta suciedad más soportan los esterillos del coche. Pues no. A partir de ahora trabajaré en desordenarme. Me cansé de trabajar para la vocecita que no explica nunca nada.

Me desordeno cuando me voy de viaje y justo llego al hotel, y deshago la maleta, y cuelgo la camisa de mañana, y preparo la reunión… y suena el teléfono. Me desordena esa voz del teléfono que no dice nada aunque gaste miles de palabras en contar cosas, o que dice tanto en una sola frase. Me desordeno porque el verano es el anfitrión del desorden; el tiempo se cuenta de otra forma, lo que habíamos previsto para cenar se anula, me encuentro con alguien, y – ya lo he dicho antes – el tiempo se cuenta de otra forma, o simplemente, no se cuenta. Qué disfrute de desorden. Es como si hubiera una ley a cerca del orden, y la pudieras infringir sin que nadie te multara.


Me desordeno porque voy siempre nadando entre papeles, escribiendo ideas susceptibles de marcharse de mi cabeza, y los mezclo, y los confundo, y los pierdo. Y si hay alguien que pone desorden en tu cabeza, tanto mejor. Alguien que no te hace caso, aunque dice que te quiere, alguien que pasa de la risa al llanto en dos segundos, alguien que trata de heredar, sin saberlo, tus propias palabras y tus mediocres enseñanzas. Alguien que desordena tus planes, tu agenda repleta y la cocina de tus versos. Alguien con mirada infantil y con manchas en la ropa, alguien que cambia el concepto de desorden, que le gusta jugar con el fuego sin saber cómo se juega, porque nunca se quemó. Alguien por quien trabajarías un año para sacarle una sonrisa. Alguien que me contagia la anarquía voluntaria de sus actos.

Ya no juego más a ordenarme. Desde hoy detesto el orden. Me dejo llevar por los que me desordenan. Felicidades niños… un año más.

Vacaciones de verano

Este artículo fue publicado en "Día a día" hace un año.



Y llegaron las vacaciones. Triste y sola se queda la facultad y el patio del colegio y la Fuente Nueva a las nueve de la mañana. El calor del “Lorenzo” empuja a recolocar a los niños en centros de ocio estivales o en casa de las abuelas mientras dura la jornada laboral. Atrás quedaron las historias que recordaremos y repetiremos dentro de muchos años; esa tan resabida frase que empieza: “Cuando yo estaba en el colegio…” Quien no recuerda cosas de su etapa colegial; partidos de fútbol que hicieron historia, peleas infantiles que marcan para siempre, regañinas o castigos del maestro, aprobados y suspensos.

Para mí es inevitable recuperar del cajón de la memoria aquellos recuerdos que me encaminaron hacia lo que hoy soy: alguien detrás de un antifaz. Recuerdo como si fuera ayer, y hace ya 27 años a mi maestra Paqui Camacho y su infinita paciencia, y su infinita bondad, y su infinita sonrisa. Inolvidable; aunque le llegue un poco tarde mi particular homenaje, la recuerdo así: escuchando los comentarios de cada uno de nosotros y provocando una sonrisa justo después. Y recuerdo al Padre Martín; el primero que me miró como algo más que un alumno; yo era – y soy – muy inquieto, y él pensó que detrás de esa inquietud se ocultaba algo más que puro nervio. Entre las lecciones de francés daba lecciones de relaciones humanas; detrás de sus antiguas gafas cada mirada suya te decía: tú puedes con esto, y con todo lo que te venga encima. Demasiado pronto se fue el Padre Martín. Qué injusta es la muerte, y que implacable. Y recuerdo a Cándido Villar – entonces era Don Cándido – aquel que no me enseñó a escribir sin faltas de ortografía, sino que, simplemente, me enseñó a escribir; a escribir pensamientos, sentimientos, a jugar con las palabras para decir lo que ahora mismo estoy diciendo. Una parte muy importante de la inquietud que me lleva a rellenar una columna semanal en Día a día, se la debo a él. Él fue el oportuno animador que necesitaba detrás de cada una de mis redacciones – aquellas del concurso de la Coca Cola – entonces eran sin antifaz. Los niños no se tapan la cara para decir lo que piensan.



Gracias Cándido, Martín, Paqui… Las puertas del colegio se cerraron esta semana una vez más. Dejadlas abiertas en algún rincón de vuestra memoria; a ser posible en un rincón decorado, cariñoso; al fin y al cabo, estos recuerdos son la esencia de lo que ahora sois, vuestro por qué.

Verano




Verano. Sueños al sol, insomnio nocturno; duchas rápidas, baños salados. Juguetes de verano, camisetas de verano, recuerdos de un amor de verano. Canciones de verano, insectos, cremas para la piel dolorida. Achicharran los sonidos del verano. El calor se filtra hasta dentro y corta la respiración nocturna. Recuerdos de otro verano. Siestas largas, cortos sueños. Cubitos de hielo y fiestas de verano. Sombrillas, tumbonas, amores que duran lo que dura un verano. Viajes, ausencias, reencuentros, tintos de verano. Estrellas fugaces, fugaces deseos. La piel fresca y vagabunda en las noches de verano. Ladrones al acecho, que roban todo lo que pillan al sol descubierto. Paisajes premeditadamente derretidos, derretidos pensamientos. Azul invencible, azul marino, azul celeste, azul eterno azul.

Vestido de tirantes, chanclas para los pies que no andan ya ningún camino. Te regalo un diamante, de quilates el sol que hoy sí ha venido. Explosión de verano en mis adentros, hace tantos veranos que no te escribo un cuento, que contar un verano más no quiero. Que calor más grande, que no aguanto; el ahogo que ahogarme quiere de calor inaguantable, me hace ver el oasis del otoño inalcanzable. La luz que ciega los ojos, tapa los reflejos de luz de aquel verano sin paisajes. Y cuando el sol se acuesta en el invierno de un país lejano, brillan más las miradas de esta parte del verano. Oxigeno quisiera para dormir más tiempo, oxigeno hay en la mañana fresca antes de que Lorenzo, de calor clave sus flechas. Tanto se llega a arder en un solo estío, que a veces, en verano tengo frío. Bailes de salón al aire libre, en el salón libre de aire bailan los pudientes; bailes de barcas sin alma, que con el alma pagaron esas gentes, una plaza en la barca de la muerte, para jugar con la luna y la suerte, de poder al fin cambiar de continente. Bailes de sudor, baños de sol. Toallas extendidas en el suelo, que son alfombras que un pensamiento usa para subirse al cielo. Besos de amor veraniego que aprietan el calor entre mis brazos, tangos de Gardel vestidos de verano, que aprietan el amor acalorado.

Turistas perdidos y curiosos, preguntan por las sombras de un verano visitante. Turistas de VISA y souvenir, que compran el otoño amenazante. Hoteles repletos, me voy, me pierdo, me tomo un tiempo. Que con este calor no vivo, que con este sudor no sé ni lo que escribo.

Quijote



Este artículo fue publicado en "Día a día" en abril de 2005.

400 años de vigencia de un personaje son muchos años. El cumpleaños centenario del “caballero de la triste figura” se nos presenta, hoy más que nunca, de rabiosa actualidad. Hoy se vive la eterna lucha del flaco contra el gordo, del loco contra el cuerdo, del valiente contra el cobarde. Al dicho que reza: “de niños, poetas y locos todos tenemos un poco”, habría que añadirle “de quijotes y sanchos”. A menudo, luchamos contra molinos, creyendo que son gigantes; llámense homosexuales con ganas de matrimonio, fumadores en público o independencia en Euskadi. O engrandecemos a un simple posadero, elevándolo a la categoría de alcaide de la fortaleza; llámese Papa, Rey o Presidente. O confundimos a una inculta cocinera con una señora; llámese prensa rosa, salsa rosa o super rosa. En esta quijotesca vida que nos ha tocado, confundimos el vino con la sangre, y cuando vemos sangre no prestamos atención porque estamos hartos de vino. Y es que nos creemos todos los libros de caballerías que nos cuentan; queriendo siempre imitar, o conseguir las hazañas de los legendarios caballeros que llenan de pájaros nuestras cabezas. Todos queremos ser como Ronaldiño de Gaula, o Don Olivante de Rodríguez y Zapatero, o como la famosa doncella Galatea de Obregón.



Si nos asomamos a Iraq, podemos confundir una manada de borregos con un ejército a punto de entrar en fiera y desigual batalla. Y ver como su capitán, el caballero Don Jorge de Norteamérica, vestido él y su caballo con barras y estrellas, se coloca en la cabeza una bacía de barbero pensando que es el famoso yelmo de Sadam. Lo que se dice una locura. A veces, cuando nuestra familia y amigos nos queman los libros, tenemos que huir de nuestra propia casa, buscando ese Sancho que siempre queda a nuestro lado, ese escudero que nos quiere tanto que hasta él mismo ve batallas, lanzas y castillos cuando nosotros los imaginamos. Así que, en un quijotesco alarde de imaginación, pienso que esta revista es un gran periódico y que hay muchos lectores que casa semana se ponen un antifaz conmigo, y leen mis aventuras y desventuras. A veces, un solo Don Quijote ve las cosas mucho más claras que mil Sanchos. Ya sabéis: aquijotáos un poco sin sanchificarse demasiado.

Jaque Mate





Sacan las blancas; siempre lo hacen. En este caso sacaron hace 32 años porque en la partida anterior no hubo opción para las negras. Nada más empezar las blancas se atrincheran, solo defienden con movimientos rancios y lentos. Las negras se establecen en la parte noroeste del tablero, pero sus movimientos son notorios en todas direcciones. Al sexto movimiento – léase año – un imprevisto pone al rey blanco al descubierto; él mismo sale al frente de la situación ante la pasividad expectante de las negras, y aprovecha la calma posterior para enrocarse. Con el paso de los años – léase ahora movimientos – las negras realizan alguna que otra jugada que les va dando progresivamente más fuerza. Cada 14 de Abril se ve el baile de sus banderas cuando los caballos negros cogen terreno con las fotos de sus torres históricas: Azaña y Alcalá Zamora.


En los últimos años la jugada adquiere una nueva estrategia: un alfil blanco, aspirante a rey, se casa con un peón negro con la pretensión de reforzar su defensa ante la expectación fotográfica, aplausos y vítores de los peones blancos. Pero esta estrategia abre huecos en el enroque de palacio, y los alfiles catalanes negros toman fuerza. A todo esto el rey blanco no tiene bien cogida la posición; incluso podemos ver a la reina blanca campear sola tablero arriba, tablero abajo, dejando al rey con dos o tres peones como única defensa.
La primera victoria de las negras duró un año, vamos, ni para colocar las piezas antes de empezar una partida nueva. La segunda duró ocho años, el resto del tiempo, el pueblo, negro por dentro, no ha podido decidir quién es el jefe de su estado, su rey sin corona, al que se le puede – y se le debe – quitar de ahí pasado un cierto tiempo, y no esperar a que muera como si ésta tierra fuera suya.



Dar jaque al rey blanco, y mandarle a jugar a otro tablero no es buena jugada… no sé. Quizá el acercarse tanto a las piezas negras por parte del alfil blanco sea la jugada que esperábamos las negras y yo. Que cuando él sea rey y la reina negra se siente en su trono, la situación le fuerce a poner la corona en el suelo. Las negras siguen ahí, vestidas de morado. A por la tercera república. Jaque mate.

Otra vez ella.



He vuelto. Bueno, en realidad no me fui. Tan solo estuve dos días fuera. Fui a ver el mar que se baña en mí. Fui a ver la luna que reflejaba en naranja los piropos salados del sol antes de despedirse. Es una pena que las fotos no salieran. La luna se había acostado en el mar, y salió de allí detrás de donde creíamos que se acababa todo, justo al ocaso. El azul, apagado en negro, se rompió con el reflejo naranja que la luna marcó en el agua como un camino hacia ella. Me sonrió. Vamos, no me sonrió, pero yo pensé que me sonrió, y a mí me basta con eso. Yo rompí el negro azulado con una camiseta de la selección argentina.
En un momento cortísimo pasaron miles de cosas por mi cabeza; desde lo más cercano, hasta lo más lejano. Me acordé de Cuba, de Carmen, y de que la luna de esta noche había roto sus miedos definitivamente en un abrazo fuerte a su familia; no necesitaba nada en la maleta; se trataba de que fuera ella. Me acordé de Kt, porque pido a luna deseos de tranquilidad para ella y para su hija. Me acordé de Coblenza, porque no sé cómo está, ni ella sabe cómo estoy yo. Me acordé de Calle Quimera y de las casualidades que hacen favores a los reencuentros. Me acordé de Tuccitano y Logansanz; me acordé porque el camarero no paraba de traerme cerveza. Me acordé de Almudena, porque está tan lejos de este mar como cerca de mis mediterráneos viajes, ahora semanales. Me acordé de todos los que me hacen comentarios porque me conocen; al menos eso creen. Me acordé de todos los que me hacen comentarios a pesar de conocerme.

Y antes de irme me acordé de mí mismo. De mi verdadero nombre que aun no he escrito aquí. De mi existencia cíclica como las vueltas que la luna da a mi alrededor. De la lejanía de mi blog, que lo siento así: mío, y de todos vosotros.

Puede que creáis que me estoy repitiendo: la luna, el sol, el cielo, el mar… siempre lo mismo. Pero no. Os lo aseguro. Estoy avanzando; muy despacio, pero avanzo. De momento la luna me dejó con el antifaz puesto. Ella no necesita quitármelo, sabe quien soy, porque sólo a ella se lo tengo dicho. Es mi consentida, mi confidente. Por eso me sonrió anoche.