Urgencias


Si tienes una urgencia estoy de guardia.

Si te quejas por gusto.

Si no coges el sueño.

Si no ves el antifaz de mi espalda.


Si no cantas, ni bebes, ni ríes

Si vives detrás de un telón

Si nadie aplaude tus sudores

Si la calle libertad está cortada por obras



Si el mar es tu mayor ausencia,

Y la tierra se inunda de grietas.

Si el espejo es el único que te mira el culo.

Si gastas más botes de fairy que de perfume.


Si te caen tormentas aunque esté raso.

Si tienes que sonreír a los que te ponen jáquima.

Si siempre piensas en subjuntivo.

Si no sabes cómo legalizar tus tabús.




Sé hacer una operación sin cirugía ni anestesia,

Que te pone un antifaz en la mirada.

Si tienes una urgencia estoy de guardia.

Léo Valentin. L'Homme Oiseau.


Esta es la historia inventada de Léo Valentin. Léo nació bajo un signo de aire, un día que el viento pasaba despeinando los bosques de Epinal (cerca de Estrasburgo). Desde pequeño se perdía en la anchura del tiempo mirando los pájaros, los aviones, haciendo volar cometas fabricadas y remendadas con sus propias manos. Léo siempre miraba al cielo. Entendía los vientos con sólo notar el roce de alguno de ellos en la piel; sabía cuando una corriente de aire era propicia para coger altura; comprendía mejor que nadie como las aves ahorran energía en sus largos viajes a África que empezaban siempre cuando en la casa olía a castañas y cuando las hojas amarillas de los árboles más cansados le hacían una alfombra a sus juegos infantiles.

Sobre una montaña de estas hojas secas, que él mismo moldeó con las manos, instaló la pista de aterrizaje de su primer vuelo. Saltó desde una rama quebradiza de un nogal anciano con dos tablas de madera al hilo de los brazos cubiertas de tela y sujetas por unas cuerdas que robó a su padre en el trastero. Se abrió las rodillas y se le cerraron los omoplatos al caer; pero el corazón seguía volando; quizá el corazón era producto de su imaginación intrépida. Fue perfeccionando la técnica y rompiendo sus huesos conforme pasaban los años, hasta que llegó a construir, yo diría confeccionar, un traje de tela y madera que le hacía planear, es decir, pesar como el aire, y que le convertían en una especie de murciélago blanco. Estableció técnicas de salto que hoy día se usan como un manual. Disfrutó, vivió, sintió cada salto a pesar que la burla callejera que profetizaba que Léo el pájaro un día se iba a matar. Léo no escuchaba. Léo volaba.



Participó en la Segunda Guerra Mundial como paracaidista del ejército aliado. Y volaba. Y llegó a hacerse amigo del viento, que le invitaba a dar un paseo sobre las cabezas de los mortales de la lengua larga. En 1956, hizo una exhibición de salto en Liverpool. Vistió su membrana de aspecto vampiresco, y, a la hora de saltar, algo falló. El aire golpeó una de las maderas contra el avión y cayó. Yo no sé qué pasó; su sobrino nieto tampoco supo explicármelo. Un mal vuelo. El primero le rompió las rodillas. Este fue el último. Los demás, sencillamente, los voló. El loco hizo lo que quiso en su vida. Nunca hubo otro después de Ícaro y de Leonardo que volara tanto. Y aquí acaba la historia inventada de Léo Valentin. Por eso me gusta soñar; porque es como volar, pero con menos riesgo físico.


Merci Eric pour l’histoire, et pour ta compagnie.

La ley afgana

Hoy han puesto el sol muy fuerte, quema los pies, nubla la vista. La sombrilla parece de papel de seda, pero se está tranquilo. El mar susurra una canción socarrona. Cigarrito y periódico. Voy a leer algo, a ver si me quemo por dentro:



“La ley afgana que otorga al marido el derecho a negar. Joder que calor, me voy al agua. Vale. La ley afgana que otorga al marido. Papá ponme los manguitos. Venga. Los hincho con urgencia. Vamos. A nadar. La ley afgana. Ponme crema por aquí que yo no llego. La ley afgana que. ¿Dónde están la gafas de buceo? No sé, mira en la bolsa. No las veo. Aquí, toma. Es que como no las guardas tú, pues luego no las encuentras. La ley afgana que otorga al marido el derecho. Hola, quieres gafas, relojes, música. No gracias. La ley afgana que otorga al marido. Papá mira lo que hago. Qué bien. La ley afgana que ahora que no me habla nadie no puedo seguir leyendo.”



Miro las olas. Soy de los que piensan que las olas van de dos en dos. Miro sus brillos. Soy de los que piensan que los brillos del sol y los de la luna tienen el mismo color. Escucho su vaivén, tiene cadencia musical. Me gusta pensar esas tonterías que uno piensa cuando no piensa en nada. Un cigarrito. Este verano me lo estoy fumando. Una cerveza. Dejo el periódico. Voy a leer lo que dice la ley afgana y me voy a sentir culpable. Una cerveza. Que mierda de vida.

Carne de vaca





Ricachonas y pijas
Que han venido con su hija.
Oportunistas horteras,
Currantes y flojeras.
Trocitos de nobleza sin alcohol y sin burbujas,
Estiradas con corteza
La verruga de la bruja.

Familias estresadas huyendo del estrés.
Los niños han comido.Los reyes del ruido.
Es que no ves
Que tu padre está tranquilo.

Carne de vaca,
Son todos carne de vaca.
En el fuego de la arena,
En la parilla de la hamaca.



Temporeros puteados,
Puteantes bronceados.
Marujas peripuestas,
Bocazas gilipuertas.
La empleada del mes, fetiche de su jefe.
Subida de sueldo con bajada de bragas.
Y que nadie se queje,
El marido es un perro, y ella está que te cagas.

Futboleros sin liga,
Sin partidos en abierto.
El hígado hecho migas
Contra el aburrimiento.

Carne de vaca,
Son todos carne de vaca.
En el fuego de la arena,
En la parilla de la hamaca.


Muñecas que insinúan
Más de lo que enseñan.
Si quieres te pongo
Aftersun en las piernas.
Me salgo del agua,
Tú ya no te metas.
Si quieres te pongo
Aftersun en las… da igual.

Carne de vaca,
Son todos carne de vaca.
En el fuego de la arena,
En la parilla de la hamaca.

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