Arte

Enrique Morente me enseñó dos cosas: Que todos los curas no son San Juan de la Cruz, que todos los poetas no son Miguel Hernández.

Al hacerte reír

Al hacerte reír
Se levanta el telón de la locura,
Y enrojece
Esta estúpida nariz.

Al hacerte reír
Una banda de pájaros despeina
Mis paternales canas,
Mis ganas
De ser tan infantil.

Si te vas a dormir
Soy yo el que destapa en tu almohada
La risa embriagadora,
La postrera, la soñadora,
La primera de mañana.

Al hacerte reír
Me dicen las arrugas de la risa
Que eres tú
El que me hace reír a mí.

Miguel Hernandez. 100 años.

Hoy, 30 de Octubre, hace 100 años que nacio el poeta, el cabrero, el niño yuntero, el guerrillero, el exiliado, el buscavidas, el recordado, el levantino, el hortelano, el nerudiano, el albertino, el amigo, el esposo, el testigo, el poeta, en fin, el poeta.

Hambriento y abatido


Si un día me cansara
De llevar un papel
Huérfano de alimento,
Y se durmiera el ánimo
Buscando un horizonte
Que se clava en el viento.

Hambriento y abatido
Entre mis propias líneas,
Abatido y hambriento.

Si mañana no estoy
Paciente como el tronco
De un árbol de cemento,
Búscame en lo sencillo
De una afilada aguja,
De una voz sin acento.

Búscame en lo tranquilo
De un lazo entre dos versos;
Búscame en el intento.
Búscame en el otoño,
Búscame al otro lado
De un paisaje violento.

En la palabra llana,
En la tenaz ausencia
De un lenguaje opulento

Si un día me cansara
De un papel en harapos,
Descansaré en lo lento
Del agua descansando,
Y puede que me encuentres
Abatido y hambriento.

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Paisajes marinos (IV). En la piel de tu orilla.


En la piel de tu orilla
Han perdido los hombres una guerra.
En la piel de tu orilla
Y han dejado sus huellas en la tierra.

En la piel de tu orilla
Las nubes amanecen en el fuego.
En la piel de tu orilla
La fiebre de la tarde es solo un juego.

En la piel de tu orilla
La rosa de los vientos se deshoja.
En la piel de tu orilla
La sequía de la boca al fin se moja.

En esta piel,
En esta orilla.
En este aquel,
En esta anilla.



En la piel de tu orilla
La certeza es un círculo de espuma.
En la piel de tu orilla
La duda es no ver nada entre la bruma.

En la piel de tu orilla
La luna se ha olvidado sus zapatos.
En la piel de tu orilla
La belleza dibuja garabatos.

En esta piel,
En esta orilla.
En esta miel,
En esta astilla.

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Albedrío

A veces miro adelante
Y casi todo está oscuro,
A veces hago un conjuro
Con un pasado radiante.

A veces soy caminante
Y camino sobre el mar.

Y cuando voy a mirar
Hay nudos en la mirada;
Sólo luce desatada
Cuando la apago al soñar.

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Paisajes marinos (III)


Dos relojes de arena por zapatos

Llevo como verano, como ausencia,

Y cada vez que empiezo a caminar

Me acuerdo de volver, o de que vuelvas.


Mi rebeldía adentro me incomoda

Y sin cadenas estoy encadenado.

Desde que vuelco el sueño en tu mañana

Tu voz dice que soy exagerado.



Me aturden estas prisas de colonia

La verdad sólo está en el cementerio.

Regálame una tarde de mentira

Que quiero atardecer en tus espejos.


La obligación me roba la comida

Y se lleva el tesoro de mi mapa.

Trato de distanciar estos recuerdos,

Pero sólo recuerdo tu distancia.


Me ha mordido tu frío tan presente.

Lo que tuve de eterno dura un rato.

Son tus dientes de espuma que me dieron

Dos relojes de arena por zapatos.

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Paisajes marinos (II)



…La palmera, lo primero
Que ve el ojo marinero
De los mares de levante…

Miguel Hernández.


Te cambio una palmera
Sembrada ayer en mi triste retina
Por tu voz zalamera,
O por tu piel salina,
O por la línea azul que no termina.


¿Quieres una palmera?
Hasta Miguel Hernández te dio una
Que sirve de bandera
A tus olas de hambruna,
Y a la mirada incierta de la luna.

¿Me das la lejanía
De dormir en tu orilla marinera?
Nada en el mundo habría
Que pidiéndome el mar yo no le diera.
Aunque me alegra más una palmera.

Paisajes marinos (I)


He nacido una noche de verano

entre dos pausas. Háblame: te escucho.

Vicente Alexandre.



Un pellizco del cielo con raíces de espejo.

Soy un pulmón de sal, de espuma los arpones.

Una pista de baile para las gaviotas.

Soy la que besa al sol antes de que se ahogue.


Soy la calor nacida, un tortazo del viento.

Soy la piel que sostiene tus vuelos imposibles.

Soy la madre que canta, que acuna, que espera.

Soy el azul soñando que riega tus jardines.



Tatuaje de arena que en seguida se borra.

Un párpado de mar me ha nublado la vista.

La suerte es que la luna hoy sale sin zapatos

y no echaré de menos esos cuadros que pinta.


Soy alfombra encantada, soy un ave de agua.

Soy aquel paraíso de Vicente Alexandre.

Soy la que te derrumba los castillos de arena.

Soy la vista saciada, de tu ausencia soy hambre.



Siesta en La Mancha

Este calor de uvas, de racimos calientes,

De moscas pegajosas y perros a la sombra,

De avispas en las tejas y de niños descalzos.

Calor irrespirable, que hasta el aire me estorba.


Brisa que aplasta el llano, despeina los arbustos;

Calor inaguantable, calor casi andaluz.

Se seca la garganta, se secan las palabras.

Golondrinas que adornan los cables de la luz.



Cuando el sol se doblega por detrás del jardín

Los pájaros empiezan a acunar su silencio.

Las tapias dan más sombra que las hojas de un libro

Las palomas se arrullan y se quitan de en medio.


Y yo con mi libreta que pinto con sudores

Me voy a donde el sol no me sea tan injusto.

La sensación de sueño, de no haber dicho nada

Acompaña mis pasos hasta el fin de mi mundo.



Verso blanco

Si alguna vez llegara a ser poeta

Me sacaré dos versos del bolsillo

Que lleguen a explicar una mirada

Como un amanecer entre las olas.


Enfrías el café y caldeas el vino.

Mis ojeras orientan tus agujas.

Podría imaginar algo mejor

Si alguna vez llegara a ser poeta.



Podría imaginar que la belleza

Se encierra en la cueva de tu boca;

Podría exagerar que el algodón

Te nace en la yema de los dedos.


Recuerdo que una vez fuiste ligera,

Más ligera que un pájaro en otoño;

Los pies se te alejaban de este suelo

Y quedaban palabras mutiladas.


En este mismo instante he comprendido

Que mis ganas se acaban en minutos;

Quizá es que yo no quiera ser poeta,

Quizá en otro poema te lo cuento.



El dueño de Paris. (poema y pintura)

He conocido al dueño de París;
tiene plata en la barba, y sin embargo,
solo es dueño de unos vasos de anís,
y de un acordeón de tono amargo.

El viento de los bosques ha traído
el virus de la paz a los cristales
calientes de ese sol que ya se ha ido
por la aguja de bronce sin ojales.

En la hierba caminan varios niños;
flotan sin uniforme ni zapatos.
Vienen en autobús tintes y aliños
para pintar un cuadro con dos gatos.


Acuarela de Eric Moisy inspirada en el poema.


Los ancianos han puesto un mercadillo
de vinos, de sombreros y pimienta,
de magníficos libros amarillos,
de recuerdos a un euro con cincuenta.

En las interminables horas de saliva
una pareja mira con la boca.
El fresco del ocaso tiene viva
la llama de la sangre medio loca.

Nos vamos a cenar cuando la tarde
se maquilla de joven parisina.
Una vela nos mira mientras arde
la corriente del Sena en la cocina.

Hay horas que la luz solo me acierta
a la penumbra dentro de un arcón.
La bohemia se sale por la puerta
y suena amarga en este acordeón.

Si amaneciera


Si amaneciera un pájaro en la mano,

El rosal de la abuela florecido,

El ultimo papel aún dormido

Que los años conservan siempre sano.


Si amaneciera el niño o el hermano,

Jugando a la pelota del olvido,

Sacándome del pecho el tiempo ido,

Aunque hoy pierda más de lo que gano.



Si amaneciera este imposible ocaso

Que hace del verde un brazo anaranjado,

Con esa lentitud, con ese paso,

Que convierte una pena en cielo raso.

Si hoy amaneciera iluminado,

Como la luz que el vino ofrece al vaso…

El filo de tu camisa

El filo de tu camisa
corta el aire que asesina.
Me mareo en la cornisa
de tu balcón sin cortina.

Playa de melocotón,
brillo que cegarme quiere,
va una ola al espigón,
de tu pecho, una ola viene.

Con sus costuras de espuma,
con su apertura concisa,
con su secreto en la bruma,
el filo de tu camisa.

El filo de tu camisa
se acerca a mi descarado,
y se oculta mas deprisa
que un poema no inventado.

Ese oleaje cadente,
esa frontera indecisa,
ese botón sonriente
del filo de tu camisa.

El filo de tu camisa
tira flechas de almidón.
Eres la diosa Artemisa,
yo, mortal de corazón.

Jugando al Haiku

La lluvia suena.
Eres en este invierno
El sol que queda.

Abrazo en rama,
Sonrisas en los charcos.
Hasta mañana.



He construido
Paisajes en tu pelo,
Pero se han ido.

Hoy he elegido
Entre escribirte un verso
O estar contigo.

Abuhardillarme

Abuhardillarme,

Jugué a la lotería en una brasserie,

Y perdí en el boleto,

Pero gané París.


Abuhardillarme,

La corriente del río pinta caricaturas

Con carboncillo blanco,

Con reflejos de mí.




Abuhardillarme,

Sólo por el deseo de abuhardillarme un rato.

Respirar como abeja

En la noche de miel.


Abuhardillarme,

Después de tanto tiempo escuchando el silencio,

Sordo estoy de los ojos;

Estrellas de papel.



Ted Hughes. Poemas desapercibidos.

Vio la hierba crecer, y empezó a enlazar versos; atrajo hacia sus palabras la esencia del campo inglés del siglo pasado. Quizá eso le dio tanta clarividencia como autoestima. Le gustaba la caza; a veces los poemas eran los proyectiles; la presa, la belleza. Su visión del mundo fue salvaje; y su carácter. Llevar al extremo las letras, le resultó trágico. Dos esposas suicidadas, una poetisa, otra sumisa.
Rarezas, vivencias diferentes, insoportables y visionarias.
Llama la atención su opinión poética de España:





"...España te atemorizaba. España.
Donde yo me sentía como en casa.
La luz cruda, sanguinolenta,
los rostros de color anchoa,
los perfiles negroafricanos.
...
Tu educación escolar había obviado España.
La reja de hierro forjado,
la muerte y el tambor árabe.
...
Como buenos turistas,
asistimos a una corrida.
Toros aturdidos,
sacrificados en una torpe carnicería..."


Fatena Al-Gurra. Poemas desapercibidos


Valiente mujer,
quién eres que no hablas de Palestina,
quién eres que no hablas de refugios,
quién eres que no hablas de divorcios,



No eres dios, ni tierra,
No eres un pasaporte en ventanillas oscuras,
ni una rotura, ni una ruptura,
ni un desarraigo, ni una enorme raíz que amanece, no.

Todo lo que no eres, no me habla de ti.
Todo lo que no eres, me sugiere.
Que eres tú. Excepto tú,
lo demás no eres tú; viaje hacia ti cuando dices:



"Me iré lejos, allá donde el desierto me grabe sus himnos de agonía
en la palma de la mano
y donde las mujeres que perdieron su tiempo ante el fuego de arcilla
maquillen mis mejillas con aceite de amor
me iré hacia ti como un espacio que vive en el exilio de su cuerpo."

De Fatena Al-Gurra, Excepto yo (El Gaviero, 2010)


Para ir de Pablo Neruda a Rubén Darío se pasa por Juan Gelman


En medio de esta siesta creativa, me encuentro que, al revés del curso del tiempo, he caminado en zapatillas amarilleadas por los años desde Pablo Neruda hasta Rubén Darío. Si Rubén Darío fuera santo no sería yo el que le encendiera velas; aunque otros poetas tan distintos a él le alabaron en su momento, como Lorca o Neruda, como Juan Gelman que editó un CD con lecturas de su poesía.



El caso es que, como no tengo nada que aportar que venga de mí, como seguramente mis tripas están ahora analfabetas, olvidadizas, vegetativas, dejo aquí una casualidad maravillosa: Leyendo un libro de poemas de Neruda editado en 1943, encuentro en medio de sus páginas un poema manuscrito dedicado a Darío y a alguien que “ama a la poesía”; está fechado en Julio del 66 y acompaña una foto de la época hecha en un "Hotel y Bar" del Mar de Plata 23328. Con esta casualidad sin descifrar, pues no sé quién es el autor del poema, me quedo pensando que quizá no haya tanta distancia entre Nicaragua y Chile, entre el Chile zaleado de hoy y el Mar del Plata del 66, entre Juan Gelman y un libro amarillo editado hace 70 años. No ha pasado el tiempo, aunque los años hacen de cada calendario una hoja de otoño; pero en lo esencial, no ha pasado el tiempo; en lo esencial, no hay distancia.




Dice Juan Gelman: “Las maravillas y miserias del amor… el amor a la poesía, a la madre, a la belleza,… la muerte me enseñó que no se muere de amor, se vive de amor.”
Sigo durmiendo, soñando.


Aprendí a quedar último en un concurso de cartas de amor. Escribí al desamor




Desde esta isla desierta donde vivo tras una puerta sin mirilla envío un manifiesto, un correo sin matasellos, una escuálida nota como vacuna para esta enfermedad descolocada. Decía Neruda: “Quisiera hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.”

Taparme con las mantas de tus brazos en candado no es un derecho, ni una factura a noventa días, ni el remedio de la triste mirada de los enchufes rotos, pero tus ojos dejan un olor amargo en el vapor de la plancha que no acaba de quitar las arrugas de mi frente. Me dices que te gusta como he dejado la sala de estar, y lo que estuve preparando es el dormitorio. Por el agujero de la chimenea se han evaporado un yo te hago la cena y un yo también estoy cansada. He renunciado a muchas cosas por el imán de tu boca, pero siempre se colaba por la ventana el aire de la inestabilidad y el polen de la locura me hacía estornudar. No llevo escudo, ni arnés, ni hago copia de seguridad de mis sentimientos; quizá me di cuenta de que valiente rima con imprudente.

Hoy descorrí las cortinas y entraron los violines de una orquesta y los jazmines de la fachada. He visto el río crecido, donde nadaban, como pétalos de flores chinas, momentos que había soñado. Si me rompes la brújula me voy con la corriente. Aunque no hayas llegado voy a vestirme. Tú sabrás lo que tienes en tu parte del ropero. Me pinto los labios de coraje enfrente de mis ojos, que sin tus ojos, ya saben distinguir reflejos de espejismos; y sonrío sin tropiezos. Una vez decantado, recrear al vino en el reposo es aburrirlo, es impacientarme el paladar deseoso. No pasa nada si no llegas; ya sé brindar por mí con una sola copa.

Ya está. Ahora, entre las cartas del banco, tengo una carta de amor. A mí me hubiera gustado hacer contigo lo que Neruda hace con un poema.


Feliz año nuevo

Feliz año nuevo a todos. Acabamos de entrar en el año 2050; una cifra que redondea la involución del hombre. El cielo en estos días es oscuro, y parecidos los colores funerarios del día y la noche. El campo es un desierto; sólo hay criaderos de frutas y hortalizas en burbujas gigantes alimentadas por luz artificial, y la hierba es un plástico reciclable que hace crecer un ordenador, y que de descompone en distintos marrones a los dos meses. La gente va enfundada por la calle en cualquier época del año. Decir época es mucho decir porque ya no hay estaciones. No se distinguen los colores de la gente, las razas, los gestos, nada. Siempre hace calor. La moda, metálica, se adaptó para cubrir completamente la piel y mantener la temperatura corporal. Todos llevan unas gafas especiales con filtros ultravioleta, como los cristales de las ventanas, y de los coches, a los que hace 10 años prohibieron instalar techos solares.


A mi tostada edad, me acabo de enamorar de un perfil en internet, no de una mujer. El mar no tiene olas, sino una marea que va creciendo lenta y constante. No existe la floración, ni la caducidad de la hoja. No hay hormigas que suban a los troncos de los árboles. La luna se adivina mestiza entre nubes negruzcas de humo tóxico. No hay miradas por la calle, ni sonrisas. No atonta el amor, ni duele el olvido. No vuelan los pájaros. No hay guitarras de madera. No hay casas de campo, ni atardeceres naranjas, ni riachuelos jugando a saltarse la eternidad de una piedra, ni escuelas llenas de polvo de tiza, ni bufandas a las que atar el frío y los besos en el cuello.


Nos avisaron del cambio climático, pero no del cambio poético.