... y perdimos

Artículo publicado en la revista Día a día la semana pasada; justo después del partido de baloncesto... no me dio tiempo a subirlo antes. Especialmente para mi amiga Letizia: http://diarioprincesaletizia.blogspot.com/


No es correcto el título de este artículo. Yo no he perdido nada, ni hubiera ganado en el supuesto caso de que hubiera algo que ganar. Son las once y veinticinco de la noche del domingo. Gasol, el más alto, el más español en los “Iunaited Esteits” después de Antonio Banderas, ha fallado un tiro y Rusia ha ganado el partido por un punto. La crónica deportiva no viene a continuación.
Pero estuvo bien. Yo no lo vi, por supuesto, pero estuvo bien. Antes de empezar el partido, un espectáculo de famosos interminable, hasta mi amiga bloguera la Leti de España se asomó. Don Zapatero, Don Rajoy, Don Aznar, Don Gallardón, y Felipe el príncipe (el de las galletas de chocolate no, el del Palacio carísimo). Todo el mundo en pie. Suena el himno nacional. Y como la letra es tan sencilla, el publico – más de 15 mil o yo que se – la cantaron a coro. Yo ya me la he aprendido. Mirad: La la la la, la la la la la la la, la la la la la, la la la la la la… y así hasta el final. Emocionante.
Los chavales estirados – por altura – empezaron ganando a los rusos de bastante diferencia. Todo el mundo reía, cantaba, vitoreaba… hasta la Leti se movía en el asiento. Felipe no; sólo movía la mano para coger el cubata que estaba escondido en eso que ponen delante de los asientos de plástico para poder llamarlos palco.
Rusia se acerca peligrosamente en el marcador. Yo ni me entero, porque los nenes están hoy especialmente nerviosos. Mañana empieza el colegio para todos. Se acuestan los nenes. Me asomo a la tele, y el ruido de antes ya no se oye. La cara de la Leti es como si le hubieran enviado un SMS diciendo que Elena va a hablar con Zetapé para reclamar su derecho a la corona. Miro el marcador y empate. Me voy al ordenador a escribir de carnavales, a mirar el blog, en fin… que no aguanto tanta emoción comprimida en tan poco tiempo.


Faltan dos segundos y Rusia gana de un punto. Tiempo muerto. Pepo traza una estrategia; lo de siempre, no tenemos otra cosa: tú sacas, se la das a Pau, y que sea lo que Dios quiera. Leti se santigua. Felipe mira al cielo, vamos, al techo del pabellón que lo tiene a tres metros. Pau falla. Lo que te digo, esto de meter a Dios en asuntos de patrias no funciona. Bueno, al menos he aprendido una canción.

Tormenta

El viento sopla más fuerte al paso de las hojas del libro que aun no he escrito. Ellas lo incitan y hacen que se enfade y se enfríe. Viento de tormenta. Las nubes de humo se van oscureciendo sobre mi cabeza. Hemos provocado una tormenta.
Me levanto antes que el sol que hoy no saldrá. Mis dedos apuntan verticalmente hacia el suelo, y llueve detrás de mis dedos mientras acaricio el paisaje suave e infinito que provoca rayos eléctricos en el horizonte. La Naturaleza, que volaba alto, vino a mi casa, o yo fui a la suya; no lo recuerdo. Sólo recuerdo lo lejano lejanísimo que me vino a visitar la otra mañana oscura. En una décima de segundo estalla el rayo que me ciega y el agua salvaje se derrama y me empapa por completo, y arrasa con todo, y me deja otra vez las hojas vacías. Detrás de la tormenta viene la calma. Se oye tan lejos el trueno que parece de otra vida; pero es el mío. Lo he provocado yo.

12 cuentos con premio

Acerca del libro de Jesús Tíscar y de su presentación.

Anda que no hace tiempo que no voy a misa. Desde que un día que en la boda de mi prima me tocó leer un papel que al final no leí porque el que oficiaba se le metió en los cojones que allí había que leer lo que el libro decía. Anda que no hace tiempo que no me la cascaba a gusto.

Pues el otro día fui a misa. Bueno hace ya tiempo (a principios de verano), pero no lo he querido contar antes de leer el evangelio que me dieron a la salida, con dedicatoria y abrazo del reverendo Tíscar incluido. La misa estuvo muy bonica. Este cura es que me despierta lo más castizo que tengo, casi siempre durmiendo a la sombra de un olivo. Empezó hablando una especie de obispo cultural saliente del cargo, Marcelino Sánchez, que cambiaba la sotana de Diputación por la de monaguillo mayor de Úbeda. Lo que pasa es que los obispos son lo más parecido a los políticos que hay. Dijo lo que tenía que decir, sin sacar los pies del plato y sin pedir perdón al Señor por las faltas cometidas, que es lo primero que se hace cuando se dice una misa.
Luego habló el padre José Román, que estuvo explicando las cualidades del evangelista Lagártico al que hoy dedicábamos esta oración. Ya decía yo que estas escrituras eran 12 cuentos como 12 apóstoles. Y el padre José Román rezó por el “sacramento de la lectura, fruto de tu vientre, Jesús.” Entre sus oraciones, pá decir que Jesús Tíscar tiene corazón – detrás de las gafas, o debajo de la calva, o encima del boli, o yo que sé – dijo que a él: “el Tíscar no se la empina”. Y ahí empecé yo a cruzarme de piernas y a hacer cosas imposibles con el cuerpo en la butaca. No es sólo que me salga lo jaenero con este chaval, que me lleva unos meses (años luz en literatura); es que además lo disfruto.

Jesús habló un rato – leyó más que otra cosa – de una tal Ernesta que me dejó pensando de bragueta para abajo; y del calor de Poblalánguida. Y me vi a mí mismo quitándole cigarros a mi padre… Leed el libro; que yo desde la última vez que fui a misa no me lo pasaba tan bien. Una de las epístolas titulada “Las pajas” me metió la pena en mi alma tonta y adulta porque el tiempo pasa demasiado deprisa. Llevaos el rollo de papel de cocina, que es muy bueno para limpiar los cristales del coche, y para otras cosas.

Revolución


Me revoluciono. Me cubro con sábanas de enfado y giro en torno a mí mismo. Me meto debajo de los atardeceres dulces y amarillos y se me pone la cara del que sale perdiendo con el sol; la cara de las niñas que quedan con las piernas colgando en el malecón de La Habana, bebiendo jugo de nostalgia y de bolero, y llorando cubitos de hielo fino para refrescar la espera del marinero que se fue con una promesa en los labios y sazonar la ignorancia de que en Cádiz hay otro rompeolas con otra niña de pelo negro brillante que suspira poemas por el mismo trotamundos de brújula rota. Me revoluciono, y para eso he tenido que entender que hay que ponerse en el lado de los que pierden, de los que necesitan algo que no depende de ellos, de los que fueron robados; desde el otro lado no hay posibilidad de revolución, porque no hay compañero que pueda firmar pactos con prepago a la luz de una sonrisa, porque las estrellas no dan euros ni dólares ni cuentas en Suiza que engordan para que otros adelgacen, porque la alfombra del campo en la noche maldice por mi boca a los malditos y amanece con trabajos para los que llevan en la frente sudor y penas y amor y ganas de revolución.


Leed esto más rápido porque no puedo yo acelerar más mi pulso. El coraje pone baldosas en la calle de la injusticia. Y te revolucionas, y te cagas en la madre que los parió. Fuma Che; enciende otro habano que tú ya eres la nube de humo de tabaco en la que me voy a convertir cuando se cumpla la profecía de una poetisa con siete años que me regala el cielo y el infierno cada día. Fuma Che; que en las cinco puntas de tu estrella veo la revolución de las palabras, y si tengo que escupir demonios lo haré, y si tengo que morir matando – como dice la canción que tiene dos orillas – aquí tengo mi fusil cargado con el viento revolucionario. Sonríe argentino, sonríe cubano. Fuma y sonríe. Hazme creer que la sangre se me sale de las venas, aunque sea mentira. Que cuando cierre los ojos sea cuando vea las cosas más claras. Son cubano y revolución: ‘pa’ mi los quiero. Vámonos.

Volver



Recuerdo esta misma sensación en años o circunstancias pasadas. Se llama volver. Volver con la expectación de alguna novedad sacada de la chistera de la ausencia prolongada. Se llama volver al otoño en la agonía de verano que aportan las maletas llenas de ropa sucia. He vuelto. Abro la puerta después de un tiempo que cuento en semanas disfrazadas de años. La calima reseca se apoderó del ambiente y se hace notar desde la primera vez que respiro en el recibidor. Aire encerrado para mi espíritu libre que lleva respirando bofetadas de viento una temporada. Abro la ventana. Todo está igual. El grifo sigue goteando. Los yogures del frigorífico están caducados. Cientos de libros me miran con reproche al pasar por la estantería.
Todo está en el mismo sitio; hasta la macroeconomía mundial sigue echando su peso inaguantable sobre la espalda del currante. Hasta siguen muriendo en manadas con el insecticida terrorista de Irak. Hasta las catástrofes naturales vuelven a taconear sobre el tablao de papel de Centroamérica. De verdad que pretendía, iluso de mí, sorprenderme con algo positivo después de mi desconexión. Pero no. Siguen los albañiles yendo a trabajar con la incertidumbre de acabar la jornada o de aumentar la estadística de muertos en accidente de trabajo. Y siguen engordando otros números funerarios, trágicos y con nombre de mujer. Me pregunto cuánto tiempo lleva el gobierno de vacaciones. A ellos los años les parecerán semanas. He vuelto. Todo sigue igual. Voy a llamar al fontanero, al menos arreglaremos el grifo del lavabo, mientras el grifo de la vida sigue goteando.

Tercer regalo. El quinto elemento.



Cuando un paisaje te parece perfecto incluso en la dinámica del tiempo que lo cambia de color, de olor – hasta el tacto cambia – buscas los cuatro elementos por la curiosidad de saber si la vista te engaña o te engañan tus ganas de perfección. Y como los elementos ya los tenía al alcance de la cámara de fotos porque el fuego me quemaba y el agua, el aire y la tierra me inundaban de exageración, me quedé allí un rato escuchando.

Hay olas que son susurros, que dejan un eco de sirenas en tu oído por muy lejos que te vayas. La vista engaña, no le hagas caso al tamaño de la cresta porque parece que va a rugir. Acaban susurrando. Mueren así; despacio y sin armar demasiado revuelo, solo un grito con eco, porque saben que en seguida viene otra ola a morir encima con una canción en su boca blanca parecida a la que ellas entonan. Ya estoy en casa. Lejos del mar. Y, porque me da la gana, todavía escucho las extensiones de los secretos que cuentan justo antes del suicidio. Los sé, los guardo. Y los usaré cuando me hagan falta. Venían desde el horizonte cantando y sólo los escuché en la última vuelta de agua salada. Se estampan en las rocas y se acaba la música. Este es el paisaje que tenía los cuatro elementos y la música. Paisaje perfecto. Secretos que no cuento.

Segundo regalo. La danza.



El baile es una de mis negaciones, pero ver como alguien lo ejecuta con la elegancia de un pájaro te hace soñar. A esta hora en que el sol se carga con la mochila del calor y se va. A esta hora en la que se desperezan los murciélagos de cuero negro. A esta hora en que las sábanas del acantilado se abren en gris oscuro para las gaviotas. A esta hora en que amarran los barcos de paseo y se despide el pesquero por la otra parte del muelle. A la hora en que el viento del Este sacude en la cara la sal mediterránea. Justamente a esta hora, y con la música del oleaje lunar vestida de blanco, salen ellas.


Es la danza del sueño porque buscan una roca en la que cobijarse esta noche. Es una danza ruidosa porque van cantándose una a la otra quien sabe que clase de canciones. Y desordenada porque en sus idas y venidas disfrutan de un desorden que para mí quisiera. No hay más blanco que sus alas sacadas de la espuma de la última ola. No hay más silencio que su cantar del sueño. No hay más movimiento que el ejército de gaviotas planeando a favor del viento, bajando poco a poco hasta las piedras, estirando el rubio atardecer que se oscurece el pelo e ilumina los ojos. Se termina de apagar la luz y ellas ya no están. No hay más luna que la luna de hoy, la que al menguar me guiña un ojo. No se oye nada más que la interminable cadencia de las olas. Pero eso es otro regalo. Ahora las gaviotas duermen.

Primer regalo. Amanecer la luna.




Ver amanecer por la tarde; amanecer la luna como si fuera un sol, con su color prestado, con su brillo reflejado, elevando su círculo azul de fuego sobre el horizonte azul sin palabras, brindando un camino de luz abierto sobre las olas sólo y exclusivamente para mí. Eso me pareció; una invitación. ¿Quién eres tú que llamas así a sabiendas de que no puedo alcanzarte? Juegas conmigo. ¿Eres la luna o la musa del antifaz con antifaz? No digas nada más. Ya te conozco.


Música. Musa y música. Suena la guitarra de Paco de Lucía nadando entre percusión andaluza. Entre dos aguas; así se llama. Así estás musa de la música. Entre el mar y el cielo estás bailando y reflejándote, que ya no sé yo cual es tu cara y cual tu reflejo. Mira que te dije que inventaría un nuevo tono de azul, y has sido tú la que me lo has pintado. Amanece la luna esta tarde inventando destellos de azul musical.