Sí. Llamé a tu puerta veinticuatro docenas de lunas después. Ya no soy el mismo, pero soy yo. Tardas en abrir para que yo también me dé cuenta de que tú no eres tú. La reina que fuiste de la fragancia, te perfumas ahora con acidez de estómago y te vistes con el frío de la mañana; quizá por eso te encorvas, te metes en ti misma. Has echado el peso de tu soledad sobre tu espalda y ya no recuerdas de qué color es el cielo. Ya no marcas mi cara con carmín grasiento, pero sigues teniendo aquel adorno de escayola al que rompí la nariz. Tu vista se enreda en mis zapatos, como los cordones, y miras constantemente a ver si ha llovido en el salón. Tu cuerpo es un ancla vieja que no debería anclarse tan pronto. Tu pelo está igual, tintado, brillante y humilde. No hablas. Se te adivina algo en la boca, pero las palabras se dan la vuelta en la barandilla de tus labios resecos.
Aquel vientre donde me bebí el agua de tu embarazo único es ahora una puerta cóncava donde ya no podría entrar. Hemos disfrazado el ambiente para no tener que masticar la tristeza. La tristeza disfrazada de miradas cortas, las miradas disfrazadas de melancolía, la melancolía de anorexia en tu frigorífico, tu frigorífico desnudo con disfraz de amor; y el amor con antifaz de cita en neurología. Pero no hablas.
Me han dicho que deambulas por tu vida sin llegar a vivirla. Que anotas en mil papeles cosas que ni tú entiendes. Que mi hija pesa igual que pesa mi madre. Que no comes lo que compras y que no compras lo poco que te comes. Que ya no coses para las vecinas del barrio como antes cosías carcajadas de balde. Que ya no dices ni tonterías. Que ya no aprietas la mano. Que con los mismos ojos ya no miras igual. Que usas las gafas de cerca para asomarte al balcón. Que la bufanda te arrastra. Que crees que tu foto de novia es un espejo. Que no tienes lágrimas; por eso nunca te han visto llorar. Que los absueltos por cuerdos te han condenado a la locura.
“Dame un beso”. Tres palabras me lanzaste mientras soplaba en la puerta la despedida. Mis ojeras llegaron a tu frente, y vi como tu piel se abraza a tus huesos directamente. Te beso. Y en seguida te ausentas otra vez mientras me cierras la puerta. Tu ausencia delgada. Tu delgadez presente.