Tengo un problema, es personal e intransferible. ¿Tú no tienes problemas? No mientas coño. Es algo que a veces te hace pensar que eres mala persona, recuperando de algún sitio imposible amores y odios que personalizo sin saber por qué, y que me lleva al auto integrismo; justo el espejo donde nunca quise mirarme. Pero es inevitable; la química, que afortunadamente nos va moldeando el carácter, no deja de trabajar ahí dentro, y aprovechando unas vacaciones de fin de semana de la conciencia, nos maltrata con pensamientos impropios de un ser racional. Empieza la batalla, sin garantías de victoria, contra uno mismo. Yo, que era tolerante como una piedra con la lluvia o el sol, que me creí de mentalidad abierta como las puertas del mar, yo que me fiaba de mí mismo como un ciego del lazarillo, me descubro luchando contra actitudes cerradas, sentimientos llevados a la exageración y ataques a lo que estúpidamente creí que era mío. Cuando, hablando de patrias o de sentimientos – tanto monta, monta tanto – se pone el posesivo por delante, puedes tomar como enemigo a un desconocido, simplemente por haber dicho o hecho algo que salte la valla del huerto de tu ordenada vida; esa que crees tuya, aunque otros la hicieron por ti, y ordenada a base de leyes, códigos y normas que los demás te vendieron como inmejorables en menos de lo que dura un discurso o un sermón. Y como lo que defiendes vale más que una guerra, la batalla está planteada con intención de ganar, a pesar de que las victorias dejan una incontrolable euforia y ningún aprendizaje; siendo de las derrotas de donde salen las ganas de seguir luchando y el afán de superación.
Cuando se consigue algo derrochando esfuerzo, nervio, sudor, poesía, insomnio, imaginación, originalidad, y te asomas por fin a contemplar el paisaje hecho a tu medida, la satisfacción te impide que otro fulano agresivo, contagiando fácilmente la violencia a los de su bando, venga de más allá de la línea que une el cielo y la montaña a apropiarse de ese trocito tuyo que tan exacto viene a tu mirada, aunque diga que él empezó allí a escribir la historia antes que tú.
Tengo un problema; y es que hay gente que me sobra. Algunos me sobran más que otros. Otegui, desde luego, me sobra. ¿A ti quien te sobra?
Cuando se consigue algo derrochando esfuerzo, nervio, sudor, poesía, insomnio, imaginación, originalidad, y te asomas por fin a contemplar el paisaje hecho a tu medida, la satisfacción te impide que otro fulano agresivo, contagiando fácilmente la violencia a los de su bando, venga de más allá de la línea que une el cielo y la montaña a apropiarse de ese trocito tuyo que tan exacto viene a tu mirada, aunque diga que él empezó allí a escribir la historia antes que tú.
Tengo un problema; y es que hay gente que me sobra. Algunos me sobran más que otros. Otegui, desde luego, me sobra. ¿A ti quien te sobra?



La orquesta azul celeste que acompaña a Don Antonio, inicia un bolero; las parejas se levantan y se abrazan flotando sobre la pista de baile, enmarcada en una nube oscura; oscura como la frente de las madres sufridoras de Cuba que aún malviven en Santiago o en La Habana el martirio de ver que su pueblo entero se reduce a un hombre sólo. A una sola barba. Que todos se someten a una revolución imposible porque el tiempo se la llevó y ya no tiene sentido. El consuelo para los cubanos no es otro que dejar que el tiempo pase, y que venga un día en el que el aire del caribe no se lleve los sonidos de las maracas, porque estén cantando libertades desde Santiago de Cuba hasta el resto del mundo. Y entonces todos los troveros tendrán un escenario imposible, como el escenario donde Machín canta cada noche en el cielo de Cuba.
El cartel de la puerta anuncia para la semana que viene una actuación estelar. No podría ser de otra forma en un sitio así. Con todos ustedes la reina de la alegría: Celia Cruz en el mismísimo escenario cubano y celestial. La bandera ondea de alegría. O de tristeza. Ahí te llegan, mi negro, dos angelitos negros más para que no pare el son sabrosón en el cielo de Cuba.