Muy cerca de Venecia hay un sitio donde el reloj anda envejeciendo y donde nunca es carnaval. En el pueblo todos creían en Dios, menos Daniel. Alguno incluso sabía lo que era coger una insolación en la Plaza de San Pedro mientras escuchaba de la boca del Papa el mismo ritual que decía el padre Roberto a diario en la iglesia del pueblo. Daniel no había escuchado nunca una misa. Su madre sí; pero no se sentía con fuerzas para pedirle que la acompañara desde que se puso el luto en la ropa y el anillo de casada se le quedó huérfano en el dedo. Como en todos los pueblos pequeños, la intimidad existía sólo en la voluntad de tenerla, y salía corriendo al ver las enormes narices que gastaban los habitantes de aquel sitio tan abierto de puertas. Es posible que el aburrimiento haga crecer la nariz. ¿Qué otra cosa podría ser? Aunque esto de conocerse tanto pueda tener ciertas ventajas, como sesiones de psicología gratuitas o concesión de ayudas y favores incluso antes de llegar a la necesidad de pedirlos, a Daniel le parecía un inconveniente rotundo. Desde la muerte de su padre se acostumbró a acompañarse sólo de sus pensamientos y disfrutaba echándolos a rodar por otros países, quizá inexistentes, por ciertos logros imposibles para un mortal, como el de volar por encima de los tejados, o por ciertos lugares tan reales e inaccesibles como el dormitorio de Doña Elvira. Cuando Daniel estaba en compañía de alguien necesitaba un antifaz para poder cerrar el cajón de la imaginación, que sólo abría con la llave de la soledad. Doña Elvira era su maestra en la escuela, y la de todos los niños que allí vivían con edades entre cinco y catorce años; Daniel, aunque aparentaba menos, era de los mayores, y ya sabía que el año próximo dejaría la escuela para trabajar con su madre cuidando animales y recolectando frutas y hortalizas que después vendían o cambiaban por pan o pescado. Eso le entristecía porque se veía seguro de no poder enamorarse de Doña Elvira cada día, aunque siempre cultivó la ilusión de poder ser correspondido con el paso de los años.
Doña Elvira era una joven que llegó de Roma a sustituir a Don Federico, el anterior profesor, que viendo como empezaba a contar sus años por otoños en lugar de hacerlo por primaveras, confirmó un día el secreto que habitaba enmudecido en cada lengua del pueblo, y se montó en el tren primero que pasó una mañana lluviosa con la hija del boticario y dos maletas de cartón que lloraban agua clara en el andén donde dejaron olvidado el pasado. Y llegó Elvirita, como la llamó el alcalde al recibirla, con una presencia exultante, unos pechos de firmeza adolescente, unos ojos que burlaban braguetas, y una forma de mover el trasero que parecía que el mismo Giuseppe Verdi había compuesto aquella manera de caminar. La ensalada de hormonas que era el cuerpo de Daniel en aquella época, terminó de salpimentarse con la venida de la nueva maestra. Se convirtió inexplicablemente en un alumno estudioso y aplicado de la noche a la mañana, y aquellas repetidas ausencias que obligaban a Don Federico a visitar a su madre, se tornaron en madrugadores cánticos de alegría y euforia desatada al coger la maleta de piel agrietada y broches oxidados para ir al colegio. A Daniel dejó de importarle el mundo, el hambre, la sangre y el país, para ocuparse sólo de pensar en Elvira y en su forma de sonreír, y en el olor que le dejaba caer suavemente cuando se inclinaba sobre su pupitre para corregirle algo, y en una vez que sorprendió al joven planeando travesuras y le dijo: “Daniel, tienes la mente de un diablo, pero tienes cara de ángel”. El paisaje primaveral más bonito que había visto nunca fue la primera vez que Doña Elvira llegó a dar clase en camisa; jamás olvidará cómo florecía aquella segunda piel de tela y se ajustaba al contorno de la maestra obligando a abrirse a los ojales más cercanos al busto. Era imposible apartar la mirada del escote; hubiera dado una parte de su cuerpo por poder contemplarla sin inhibir los ojos un sólo minuto. Por la tarde, al llegar a casa, se escondía en el cuarto de la costura con el pretexto de acabar alguna tarea, y se masturbaba pensando en ella hasta que el fuego le eyaculaba en la barriga. Por la noche, al acostarse, el corazón galopaba tan fuerte que parecía dejar atrás el carruaje de su cuerpo. Aunque no dejó nunca que la carcoma del amor imposible le royera los huesos, sabía que la joven profesora era una persona en la realidad y otra distinta en su imaginación.
Daniel no había escuchado nunca una misa. Hasta que un día su madre le pidió que le acompañara el día del miércoles de ceniza, y aprovecharía para ofrecer una oración al alma de su padre porque hacía un año de su viaje definitivo. Daniel aceptó con cierta comprensión y ternura hacia su madre, aunque ocultaba su verdadero interés por ir a la iglesia. Sabía que Elvira estaría allí. El miércoles de ceniza era un día habitual, doméstico en el ritmo y los latidos del pueblo. Aunque a las doce del mediodía, del bar, de la plaza, y de la escuela salían todos como hormigas hacia el hormiguero del padre Roberto, quien, por cierto, también aguardaba en el bar la hora de llenar de ceniza las cabezas de los fieles, incluido Daniel, que iba de estreno. El muchacho, que se había excedido con la colonia esa mañana y se había peinado como el que va a pedir la mano de su prometida, se vio contrariado, casi avergonzado, cuando al cruzar la plaza cuadrada para ir al templo, una de las palomas le trató como a un intruso y le manchó la camisa. Los esfuerzos de mamá por quitar la mancha y por restarle importancia al suceso no surtieron efecto. El interior de la iglesia le sorprendió porque se adivinaba la frialdad de sus piedras solitarias, aunque el aire de hoy lo calentaba la respiración de tantas almas pecadoras. Daniel vio al carpintero, que le saludó haciéndose cómplice de las visitas del chico a la carpintería y de sus conversaciones. Allí había comprobado desde muy pequeño que las manos de una persona no pueden tener la precisión de la máquina más moderna, pero imprimen una energía a un trozo de madera que nos llega a hablar sin decir nada; lo que también llamamos arte. El carpintero soñaba siempre con hacer una talla que fuera expuesta en algún altar de la iglesia y que todos la admiraran. También estaba Luca, un joven entristecido por algún motivo que nadie, incomprensiblemente en este lugar tan indiscreto, conocía en profundidad, y que solamente borraba del semblante cuando escuchaba música. Luca soñaba son ser músico y componer canciones de esas que a la vez que se oyen, dibujan en la cabeza fantasías sobrenaturales. Más adelante se habían sentado las solteras. Era un grupo de sesentonas que, mientras el reloj pisaba en su monotonía, inventaban verdades sobre los demás. Ellas no tenían sueños por realizar porque se les escapaban todos por la boca. Como el de tener un hijo, que era el deseo más grande que albergaba Rossana después de quince años casada. En la fila de delante había otra vecina que tenía cuatro hijos y no deseaba ninguno, aunque les amaba a todos. Y por supuesto, Elvira; vestida de un color discreto pero radiante para los ojos de Daniel. ¿Cuál sería el sueño de Elvira? Quizá dejar el pueblo. Salir de allí y ser una desconocida de esas que se sientan en la Piazza Navonna a leer historias de amor.
Don Roberto el cura, dio una alocución más larga de lo normal. No son todos los días los que se llena la iglesia de almas en busca de una solución a sus problemas, aunque sea en otra vida. A Daniel se le grabó en la memoria una frase del sermón, que fue de lo poco que le distrajo de lanzar miradas a su deseada maestra. La frase en cuestión era algo así como que un día vendría un Ángel del Señor y sin tocar el suelo llevaría la noticia del amor infinito a todos los habitantes de la tierra, y se llevaría la suciedad de todos sus pecados. Estuvo rumiando la frase del párroco durante mucho rato, y le parecía algo poco probable, aunque no imposible.
Después de comer se fue al cuarto de la costura a pensar en Elvira y en uno de sus besos imaginarios que sabían a miel, y a vinagre cuando acababa abriendo los ojos. Y repetía en su cabeza: “Daniel, tienes cara de ángel”. En algún momento de la tarde, quizá en ese momento visionario en el que el horizonte empieza a atraer a la esfera solar y le acaricia antes de tragárselo, Daniel salió corriendo sin dar explicaciones a mamá. Llegó a la iglesia por la calle del campanario y empujó una ventana redonda que él y unos pocos más sabían que no estaba cerrada. Una vez dentro del templo quitó la ropa a uno de los ángeles que guardan la representación de las puertas del cielo y se la puso. Después fue al contenedor de plata donde estaba la ceniza, y con las yemas de los dedos se restregó la cara y el vestido impoluto que había, temporalmente, tomado prestado, hasta que pensó que ya tenía suficientes pecados sucios. Con ese aspecto de disfraz de carnaval salió a la calle y montó en la bicicleta del cura, que estaba echada en la pared del bar. Corrió gritando por todas las calles del pueblo mientras pregonaba: “Soy un ángel venido del cielo. Alegría. Soy un ángel. No toco el suelo.” La gente salió a la calle al escuchar el ruido. Algunos le sonreían, otros le aplaudían, los niños corrían detrás de la bicicleta. El carpintero salió a verlo envuelto en serrín y pensó en seguida en hacer un ángel de madera. Luca, al paso del ángel, se quedó manoseando una melodía que se acercaba más a él cuanto más se alejaba el niño. Rossana le vio pasar con una sonrisa de esas que salen desde el centro del estómago, y quiso tanto tener un hijo, que decidió adoptarlo. Al pasar por la puerta de Doña Elvira detuvo la bicicleta y repitió una vez más lo que su personaje interpretaba. La maestra se acercó sonriente, le dio un beso en una mancha de ceniza como premio a su valentía inconsciente y le dijo:
- Pasa. Te invito a merendar.
Una vez dentro de la casa la profesora le preguntó:
. ¿Por qué has hecho eso?
El muchacho contestó: “Hay sueños que no se pueden hacer realidad, pero si luchas por ellos, puedes conseguir algo muy parecido.”
- ¿Y qué has conseguido tú con esto?
Por primera vez tuteó a Elvira: “De momento, me has invitado a merendar”.
27 comentarios:
Definitivamente querido Anti, tus designios tienen que ir más allá de un blog, tú deberías traspasar estas cuatro paredes, tu amigo, hueles a escritor. Me quito el sombrero y vuelvo a leer esta pequeña obra de arte, que bien podría ser un capitulo de un libro de algún ya consagrado escritor. Aunque me suena que te lo he dicho alguna otra vez ¿verdad?, pues eso.
Besos
si no hubiese creencias, lo mismo no tendríamos que criticar...es curioso que se critique sin duda al que cree...y al que no? es más fácil asi.... la pena es que cuando llegan tiempos duros nos acordamos de Bárbara la santa...todos sin excepción...
Hola Anónimo; Anónimo también es una especie de antifaz.
Sí. Supongo que es fácil criticar a los que creen, supongo que trato de hacerlo fácil. Vosotros ofrecéis más facilidad que otros para ser criticados.
Sta. Bárbara... Yo siempre me acuerdo de Sta. Bárbara el día de Sta. Bárbara. Es mi cumpleaños.
Gracias por tu lectura comprensiva.
Nunca pensé que una misa pudiera ayudarnos a cumplir nuestros sueños, o al menos, acercarnos a ellos :)
Me ha encantado la forma de describir a Elvira...
Besos
jo..peaso entrada...voy a pensar que tiene más tiempo de la cuenta...(hasta el punto y a parte)...desde luego que tenerla y no querer verla...es como padecerla y no sentirla... el deseo es tan fuerte que se hacecualquier cosa por conseguir trofeos....un abrazo
Y vuelvo a leerlo, no te creas que son sólo palabritas...
Mago...
En ocasiones, solo necesitamos que algo o alguien nos de un empujoncito para llevar a cabo lo que nunca nos hubieramos atrevido y hacer realidad nuestros sueños.
Un texto que rebosa poesía...
Un besito.
Clara
Cuando he visto que iba para largo, me he ido a la cocina y me he preparado un té y así me he venido para leerte con toda la tranquilidad del mundo.
Aparte de que la puesta en escena es de matrícula, me quedo con Daniel. No porque sea el nombre de mi hijo mayor sino porque cautiva con su fe en los milagros y sabe bien que los milagros muchas veces te los tienes que preparar tú para que se cumplan.
Es como lo que dicen en mi tierra: A Dios rogando y con el mazo dando.
Este relato, como dice Manolo, peaso relato, me lleva a la conclusión de que realmente muchas veces nos tenemos que disfrazar de ángeles o lo que sea, para que se realicen nuestros sueños.
¿A que sí, Antifaz?
Enhorabuena por tu escrito.
Un beso.
Nuevos saludos a tu espacio, antifaz.
Hola amigo querido, que tremenda historia!
Según dice tu historia los sueños pueden ser realidad y ya lo comprobamos, no?
Y como dice Malena, nosotros somos los forjadores de ellos...cuánta de nuestra voluntad en que éstos se realicen... y aquí se ven los resultados!
Bello relato y bella reflexion señor del Antifaz..
Que tenga una buenísima semana!!
Ali
Son formas de encontrar calor cuando todo va mal... yo lo entiendo, en serio...
Besicos
No sé quien se atrinchera tras el antifaz, el misterio sigue siendo estimulante, pero, ¡coño!, que peaso de escritor.
Salud y tangay compañero.
qué metáforas¡¡¡¡ increibles...
me ha encantado.
beso
A mi siempre me impresiona como no dejas pasar ni un párrafo desapercibido. Todos tienen elementos espectaculares. Tus metáforas, tus ironías, tus sueños.
Me encanta, como siempre.
Tu escribes como ángel.
Un besito,
jooooooooooooooo...qué bonita historia Antifaz!!!...como me ha gustado ver ese amor iluso, deseado y soñado...con un final tan sencillo pero a la vez tan feliz.
Qué verdad tan grande!!!...siempre el que lucha por sus sueños y cree que se cumplirán, algo consigue...siempre.
Bello ese ángel!!! como todas tus metáforas y palabras.
Besitos.
Me quedo leyendo tu post, me ha parecido impresionante, necesito volver a leerla, no una vez, otra vez, y sobre todo, con tranquilidad.
Besos.
Pienso como calma eres escritor y te admiro
En mi Palacio siempre es carnaval.
Besos de Princesa
Me encantó y eso que no me gusta leer textos tan extensos en los blogs.
Ya mismo me voy a buscar cual es el día de Santa Bárbara.
Un fuerte abrazo y mil besos borrascosos
Què maravilla de historia
Què maravilla el final
Què maravilla ese amor inocente que te hace hacer milagros
Cuantos de nosotros dariamos todo por sentirlo de nuevo.
Y del TODO de tu bella historia
te robè una frase que me ha hecho sonreìr,pensando en mi pueblo:
"Como en todos los pueblos pequeños, la intimidad existía sólo en la voluntad de tenerla"
de verdad!!!!
Es que ha sido un regalo para mì venir hoy aquì,màs que otras veces.
" de momento,me has invitado a merendar"
MARAVILLOSO.
Por Dios
què le pasò a anònimo?
perdona,pero es que no puedo dejar de asombrarme.No es genial? Aùn no he perdido mi capacidad de asombro.
La explicaci`+on es que estaba leyendo otro blog,y escribiò el comentario en èste.A cualquiera le puede pasar.
santa bàrbara bendita!!!
PD adorè tu respuesta.Ahora seguro va y me pone un anònimo a mì,por metereta.
Mi queridísimo Antifaz, ...¡yo a tí te mato! :) :) :)
¡Mira que dejarme ese comentario! Ya sé que va de tomar el te y que esté tibio o templado y el resto, le he enviado a Hu an un correo para que me eche una manita y me ha dicho que lo miraremos entre todos en clase.
¡Dios Santo! ¿Qué habrás puesto?
Zàijiàn.
Pues yo también te digo... hasta comentando me dejas, no sólo a mi, sino al personal en general, alucinada. ¿Se puede dar en el clavo mejor que tú lo has hecho?... imposible.
Besos
Mientras te leía escuchaba a Elmer Bernstein y tomaba el primer café de la mañana... Y me ha sabido a gloria.
No cierres nunca ese cajón
Un beso :)
Mis sueños ya casi se hicieron realidad.
Besos de Princesa
Escribes de cine.
Si recuerdo el dia, que al venir aqui, lei que quizás no escribiriamas más, por que ya no te parecia bien la representación de tus palabras y pienso que hubiera podido quedarme sin leer cosas como estas..me da un ataque de egoismo frenetico y se me llena el cuerpo de relampagos...
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