Regina y la revolución


La Vida Es Un Carnaval - Cesar Pedroso y Los Que Son, Son

Nochevieja del 58; Batista toma la cuenta atrás del año como la definitiva. Hace las maletas de la historia, y encarga un billete con destino al exilio. Si abre la ventana, huele a la pólvora libertaria que los barbudos disparan mientras descienden de Sierra Maestra. Si abre la ventana ve las luces de la gran ciudad de La Habana y sus réplicas en el agua del Mar Caribe. Si abre la ventana se oye a ráfagas el son del Tropicana. Batista cierra la ventana por última vez.

Alberto llega a la puerta del Tropicana atravesando la sordera de la última noche del año. Nada más abrir la puerta, el maremoto formado por el trío de viento que hacen posible Arnaldo, Hugo y Carlos irrumpe en sus oídos inundándolos de sal. Tino es un negro que lleva veinte años encendiendo y apagando luces de colores con timbales, cencerros, platillos y maracas. Hay un chelo y dos guitarras que tienen la garganta de madera, un tacto de piedra pulida y unos desgarros en la voz con acento cubano. Alberto se sienta en una mesita redonda que quedaba libre en la penumbra, saca su libreta y su lápiz y pide una copa al camarero mientras espera a su cita. Está nervioso; no todos los días se entrevista a un allegado del presidente Batista; no todos los días Batista se aleja de sus allegados.

Y sale ella. La orquesta le hace una entrada especial para diosas de pluma y brillante, y sale ella. No es casualidad que la llamen Regina; es la dueña del ritmo, que está hecho para ella, mientras que las demás se hacen al ritmo. El secreto de su baile está en miles de detalles que no soy capaz de enumerar y que forman la perfección, la naturalidad, el flotar sobre el suelo, la sonrisa de luna en creciente, el cuerpo de mujer, el carácter de mujer. Se ha permitido el lujo de cambiar de pareja catorce veces en diez días, y todavía busca en medio de las mesas del deseo alguien que la saque a bailar y baile. El periodista enciende un cigarro sin mirar la llama; la llama de las caderas de Regina le tiene imantada la mirada. Y el estómago relaja los nervios de la revolución trago a trago, guaracha tras conga. La reina del pelo negro pasa por su mesa bailando y le mira; coge su vaso y le deja marcado un beso rojo a cambio de un trago de ron dulce con hielo picado. Así fue trepando la luna por el cielo de La Habana, hasta que Regina se retiró a camerinos y la luna cayó al mar, y Alberto abrió los ojos al ruido del chapuzón. Apuró la copa mientras acudía a la consciencia la idea de que su cita no había llegado, ni él estuvo vigilante por si lo hacía; pero a estas alturas de la noche la política llegaba en segundo lugar en la carrera de sus propósitos. Hizo unas notas en un papel, pagó la cuenta y preguntó al camarero cómo ir al camerino de Regina con la excusa de una entrevista para un periódico español.

Se detuvo en el ruidoso y ajetreado pasillo a la altura de la puerta que decía el nombre de aquel ángel en letras doradas, y que, al más puro estilo yanqui, adornaba el rótulo con una estrella como la que lleva en la boina de Ernesto el argentino. Tocó dos veces en la puerta, metió el papel por debajo y desapareció entre el bullicio de bailarines. Regina abrió la puerta antes de buscar a ambos lados del pasillo a quien no encontró. Entró de nuevo al camerino, y a la luz de las bombillas del espejo leyó la nota: “No hubiera sido nunca capaz de escribir una cosa así a una mujer desconocida, pero lo que has hecho hoy conmigo ha desatado el nudo de la parte de mi cabeza donde reside la pasión. Tienes el tueste del café en la piel, y asomas piedras de sal por tu boca cuando sonríes. Tienes en la frente un trozo de luna mirándose en un espejo blanco, en tu pelo negro. Son mis ojos dos satélites de los lunares de tu espalda. Si escribo una letra enamorada más, y no es para ti, me cortaré las manos. Perdona el atrevimiento, pero no te lo he puesto difícil. Si te apetece, simplemente, rompe este papel y déjalo donde dejas las cosas que olvidas que has dejado.” Regina se aprisionó el papel entre las manos y el corazón, y vio por la ventana como las olas hacían la cama para que la luna se fuera a dormir con tres estrellas: una del cielo, una del mar, una del cabaret.

La mañana siguiente tardó en pasar lo que tardaron en dormir una bailarina y un periodista. A esa hora en que el sol vuelca el sur Regina se presentó en la recepción del Hotel Habana Hilton. En la puerta había un operario de mantenimiento despegando las letras de la palabra “Hilton”. Un cartel con la palabra “Libre” esperaba impaciente en el suelo. La gente llenaba de almas inquietas las aceras como anoche rebosaban los pasillos de camerinos en el Tropicana. Regina escuchó, al acercarse a recepción, como preparaban unas habitaciones ante la inminente llegada de Fidel Castro; cuando le tocó el turno de la atención preguntó por un extranjero alojado en el hotel, que, como única seña, sabía decir que era escritor; y mostró sin pudor la nota que le había dejado la noche anterior. El recepcionista localizó a su dueño por el membrete del diario ABC que había en la esquina del papel, y dio aviso telefónico a la habitación de que una señorita le estaba esperando… en el bar (según las indicaciones por señas de Regina).

Alberto empleó el tiempo que emplearía una mujer en vestirse y en peinarse la resaca para retirarla de la frente. Nada más poner el primer pie en el bar, se le congeló la mirada y el aliento. Regina estaba de espaldas, pero era ella sin duda. El pelo caía como guirnaldas de carbón por la espalda abajo. La ropa blanca y descarada abrazaba, sin dejar espacio a las arrugas, cada curva de su cuerpo; en sus manos finas un café y un cigarro; en las uñas, el color del fuego. Él no era un prototipo de galán latino, la torpeza de sus gestos entorpecía su torpe estampa, aunque al llegar a la altura de su mesa paró los pies y se quedó mirándola con media sonrisa de caricatura y una mano en el bolsillo del pantalón que le mantenía la americana abierta. Estuvieron mirándose un rato antes de que el español dijera: “Has venido. ¿Por qué has venido?” Regina terminó el café y se levantó. El bullicio de la calle llegaba hasta allí como un murmullo lejano, como si la revolución no quisiera interrumpirles. El bar estaba vacío; sólo un camarero secaba vasos de cristal sin dejar de contemplar la escena. Entonces ella dijo:
- He venido a saber quién eres.
- ¿Yo? Bueno – dijo subiéndose nervioso las gafas – soy un periodista que ha venido de España a cubrir una noticia política, que tenía concertada una entrevista, y que ahora mismo la he perdido, la entrevista, y la noticia. Todo.



Regina fue al grano directamente y le dijo: “¿Sabes bailar?”. Él negó con la cabeza y un gesto de desconsuelo reafirmó la negativa. La bailarina miró al camarero y le dijo: “Pínchala Walter”. En seguida, la boca gigante de un gramófono antiguo trajo a Celia Cruz a la sala cantando que la vida es un carnaval, sin saber de los disfraces del día de hoy en la marabunta callejera. Se mantenían la mirada a pie quieto dejándose inundar del oleaje de la percusión; tras los primeros envites Regina empezó a mover la cabeza y los hombros al son, primero suavecito, luego quebrando los omoplatos en cada compás. Alberto no se dio cuenta, pero le seguía; tenía sus manos cogidas y por ahí entraba más música que por las orejas. A la entrada del piano, Regina puso las palmas de las manos en las caderas del aprendiz, y empezó a describirle círculos mientras ampliaba la sonrisa. Un gesto afirmativo, también acompasado, dio confianza a Alberto, que sonrió por primera vez en toda la canción. El sonido de la trompeta les recorrió las rodillas haciéndolas de algodón de feria, y fueron despegando los pies del suelo con toda la confianza de Alberto puesta en la magia de Regina. Walter machacaba los nudillos en la barra del bar y asomaba una dentadura blanca propia de un testigo que quiso perderse el paso de los tanques que volaban banderas. La canción acabó y ellos salieron a la calle dejando a Walter mirando el humo del cigarro que Regina había abandonado. No hubo reportaje para el diario español. Al día siguiente un operario de mantenimiento del Tropicana despegaba las letras de la palabra “Regina”. Un cartel con otro nombre de mujer esperaba impaciente en el suelo.

19 comentarios:

Elisa dijo...

Supongo que la Luna debe estarte agradecida: le has regalado una fase nueva, ya no sólo es Creciente, Llena, Menguante y Nueva...con tus escritos ahora también es Bella ...Si la miras sin antifaz esta noche, seguro que te sonríe. ¡Chapó!

Un beso

Belén dijo...

Si es que las mujeres siempre confunden, y si es cubana ya, la definitiva!

Besicos

Mariel Ramírez Barrios dijo...

Tu descripciòn es tan maravillosa
me trasladò a Cuba...y a ese tipo de amores terremotescos ( uy què neologismo)Y no pude evitar sonreìr al leer " soy de una tierra",andaluz de mi alma
Adoro tu acento aspirado
y no puedo evitar comparar a la morena de pelo rizado,sensual y latina del slide con alguna de las mujeres de tu tierra de sol y agua.
Abrazo.Hermoso.

Anónimo dijo...

Me he impregnado de humo, de ron, de sensualidad y de segundas intenciones, Codorníu escribe mucho sobre Cuba, de hecho, nació allí y realmente es un lugar que tiene una cadencia especial, tengo muchas ganas de ir.
Precioso slide y felicidades por el día de Andalucía.
Un beso "maestro" como siempre de 10.

Calle Quimera dijo...

Preciosa la historia, brillante la descripción de Regina... Si no existiera una mujer así habría que inventarla, pero ya lo has hecho.

Hace unas semanas hablaste de sueños en cierta calle, y aquello quedó flotando en ella y en mi pensamiento. Tras leer este relato, lo entiendo mejor.

Besos, antifaz, enhorabuena por esta historia, por las cualidades que te permiten construir algo así y..creo que por el antifaz que te concede la perspectiva necesaria para ello.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

..esa luna...es que siempre es fiel, mientras no la toquemos demasiado... me fumo el puro habano -por supuesto - al son de un ritmo merengón acompañado de aroma de ron tostado.. saludos... nos vemos...queda menos...

Clara dijo...

Al son caribeño, también me he dejado seducir... Por un momento, me he sentido en el corazón de la bella Habana ...

Chapeau mon ami!

Un beso.

TORO SALVAJE dijo...

Alucino.
Que nivel!!!
Es magnífico. Extraordinario.
Eres un portento. UN ESCRITOR.
APLAUSOS.

Y saludos.

Ana dijo...

Hasta el calor húmedo se nota al leerte.
Queremos más!!
Stupendo, oigausté.
Un beso.

Syl dijo...

Joooooooooooooooo...ya había comentado y me lo ha borrado todoooooooo!!!!!...mecagoensusmuelas!!!

Bueno, más o menos decía que con esa nota, yo también habría ido a buscar a Alberto...
Hay personas que bien merecen un único baile.

Besitos.

Jesús dijo...

Dejarse llevar. Escribir una nota que te cambia la vida. Un único baile que nunca se olvida. Una historia que pasa, que empieza...

Y como escenario una revolución, un sueño por fin realizado y seguro que ya, desde el principio, un poco traicionado.

Estupendo. La vida es un carnaval, sí. No hay que tomársela demasiado en serio, sólo un poquito.

Un abrazo.

Luciérnaga Enojada dijo...

Bueno, sobra decir que la historia es bastante buena.
Admito que cuando aparece Regina todo cambió, me quedé leyendo de cerca, con la cabeza recostada a mi mano, esperando más intensidad; que se logró sin duda alguna.
Saludos.

Pd: Regina da clases de baile?

Soledad Lirica dijo...

...

SeñalesDeHumo dijo...

Excelente!
Pone mis emociones en jaque.
Saluditos.
Señales.

Anónimo dijo...

Simplemente mágico. Eres el David Copperfield, de la palabra. Boquiabierto y sin más palabras que las tuyas.

Anónimo dijo...

Qué gran gusto haberme internado en ese sitio al son de la música de una de mis ídolos, Celia Cruz.
Me he deleitado.

Un abrazo con los afectos de siempre!

Anónimo dijo...

Además del texto, el "collage" fotografico me dejó impresionado.
Un abrazote

@Intimä dijo...

Nos haces participes de todo lo que describes, conviertes al lector en parte del escenario.
Un genio, eres un genio.

mi dijo...

Tu sabes lo que significa para mi La Habana..benditas tus letras.