Arte
Al hacerte reír
Miguel Hernandez. 100 años.
Hambriento y abatido
Paisajes marinos (IV). En la piel de tu orilla.
Albedrío
Paisajes marinos (III)
Dos relojes de arena por zapatos
Llevo como verano, como ausencia,
Y cada vez que empiezo a caminar
Me acuerdo de volver, o de que vuelvas.
Mi rebeldía adentro me incomoda
Y sin cadenas estoy encadenado.
Desde que vuelco el sueño en tu mañana
Tu voz dice que soy exagerado.
Me aturden estas prisas de colonia
La verdad sólo está en el cementerio.
Regálame una tarde de mentira
Que quiero atardecer en tus espejos.
La obligación me roba la comida
Y se lleva el tesoro de mi mapa.
Trato de distanciar estos recuerdos,
Pero sólo recuerdo tu distancia.
Me ha mordido tu frío tan presente.
Lo que tuve de eterno dura un rato.
Son tus dientes de espuma que me dieron
Paisajes marinos (II)
Que ve el ojo marinero
De los mares de levante…
Miguel Hernández.
Te cambio una palmera
Sembrada ayer en mi triste retina
Por tu voz zalamera,
O por tu piel salina,
O por la línea azul que no termina.

¿Quieres una palmera?
Hasta Miguel Hernández te dio una
Que sirve de bandera
A tus olas de hambruna,
Y a la mirada incierta de la luna.
¿Me das la lejanía
De dormir en tu orilla marinera?
Nada en el mundo habría
Que pidiéndome el mar yo no le diera.
Aunque me alegra más una palmera.
Paisajes marinos (I)
He nacido una noche de verano
entre dos pausas. Háblame: te escucho.
Vicente Alexandre.
Un pellizco del cielo con raíces de espejo.
Soy un pulmón de sal, de espuma los arpones.
Una pista de baile para las gaviotas.
Soy la que besa al sol antes de que se ahogue.
Soy la calor nacida, un tortazo del viento.
Soy la piel que sostiene tus vuelos imposibles.
Soy la madre que canta, que acuna, que espera.
Soy el azul soñando que riega tus jardines.
Tatuaje de arena que en seguida se borra.
Un párpado de mar me ha nublado la vista.
La suerte es que la luna hoy sale sin zapatos
y no echaré de menos esos cuadros que pinta.
Soy alfombra encantada, soy un ave de agua.
Soy aquel paraíso de Vicente Alexandre.
Soy la que te derrumba los castillos de arena.
Soy la vista saciada, de tu ausencia soy hambre.
Siesta en La Mancha
Este calor de uvas, de racimos calientes,
De moscas pegajosas y perros a la sombra,
De avispas en las tejas y de niños descalzos.
Calor irrespirable, que hasta el aire me estorba.
Brisa que aplasta el llano, despeina los arbustos;
Calor inaguantable, calor casi andaluz.
Se seca la garganta, se secan las palabras.
Golondrinas que adornan los cables de la luz.
Cuando el sol se doblega por detrás del jardín
Los pájaros empiezan a acunar su silencio.
Las tapias dan más sombra que las hojas de un libro
Las palomas se arrullan y se quitan de en medio.
Y yo con mi libreta que pinto con sudores
Me voy a donde el sol no me sea tan injusto.
La sensación de sueño, de no haber dicho nada
Acompaña mis pasos hasta el fin de mi mundo.
Verso blanco
Si alguna vez llegara a ser poeta
Me sacaré dos versos del bolsillo
Que lleguen a explicar una mirada
Como un amanecer entre las olas.
Enfrías el café y caldeas el vino.
Mis ojeras orientan tus agujas.
Podría imaginar algo mejor
Si alguna vez llegara a ser poeta.
Podría imaginar que la belleza
Se encierra en la cueva de tu boca;
Podría exagerar que el algodón
Te nace en la yema de los dedos.
Recuerdo que una vez fuiste ligera,
Más ligera que un pájaro en otoño;
Los pies se te alejaban de este suelo
Y quedaban palabras mutiladas.
En este mismo instante he comprendido
Que mis ganas se acaban en minutos;
Quizá es que yo no quiera ser poeta,
Quizá en otro poema te lo cuento.
El dueño de Paris. (poema y pintura)
tiene plata en la barba, y sin embargo,
solo es dueño de unos vasos de anís,
y de un acordeón de tono amargo.
El viento de los bosques ha traído
el virus de la paz a los cristales
calientes de ese sol que ya se ha ido
por la aguja de bronce sin ojales.
En la hierba caminan varios niños;
flotan sin uniforme ni zapatos.
Vienen en autobús tintes y aliños
para pintar un cuadro con dos gatos.
Los ancianos han puesto un mercadillo
de vinos, de sombreros y pimienta,
de magníficos libros amarillos,
de recuerdos a un euro con cincuenta.
En las interminables horas de saliva
una pareja mira con la boca.
El fresco del ocaso tiene viva
la llama de la sangre medio loca.
Nos vamos a cenar cuando la tarde
se maquilla de joven parisina.
Una vela nos mira mientras arde
la corriente del Sena en la cocina.
Hay horas que la luz solo me acierta
a la penumbra dentro de un arcón.
La bohemia se sale por la puerta
y suena amarga en este acordeón.
Si amaneciera
Si amaneciera un pájaro en la mano,
El rosal de la abuela florecido,
El ultimo papel aún dormido
Que los años conservan siempre sano.
Si amaneciera el niño o el hermano,
Jugando a la pelota del olvido,
Sacándome del pecho el tiempo ido,
Aunque hoy pierda más de lo que gano.
Si amaneciera este imposible ocaso
Que hace del verde un brazo anaranjado,
Con esa lentitud, con ese paso,
Que convierte una pena en cielo raso.
Si hoy amaneciera iluminado,
El filo de tu camisa
El filo de tu camisa
corta el aire que asesina.
Me mareo en la cornisa
de tu balcón sin cortina.
Playa de melocotón,
brillo que cegarme quiere,
va una ola al espigón,
de tu pecho, una ola viene.
Con sus costuras de espuma,
con su apertura concisa,
con su secreto en la bruma,
el filo de tu camisa.
El filo de tu camisa
se acerca a mi descarado,
y se oculta mas deprisa
que un poema no inventado.
Ese oleaje cadente,
esa frontera indecisa,
ese botón sonriente
del filo de tu camisa.
El filo de tu camisa
tira flechas de almidón.
Eres la diosa Artemisa,
yo, mortal de corazón.
Jugando al Haiku
Abuhardillarme
Abuhardillarme,
Jugué a la lotería en una brasserie,
Y perdí en el boleto,
Pero gané París.
Abuhardillarme,
La corriente del río pinta caricaturas
Con carboncillo blanco,
Con reflejos de mí.
Abuhardillarme,
Sólo por el deseo de abuhardillarme un rato.
Respirar como abeja
En la noche de miel.
Abuhardillarme,
Después de tanto tiempo escuchando el silencio,
Sordo estoy de los ojos;
Estrellas de papel.
Ted Hughes. Poemas desapercibidos.

Fatena Al-Gurra. Poemas desapercibidos


"Me iré lejos, allá donde el desierto me grabe sus himnos de agonía
en la palma de la mano
y donde las mujeres que perdieron su tiempo ante el fuego de arcilla
maquillen mis mejillas con aceite de amor
me iré hacia ti como un espacio que vive en el exilio de su cuerpo."
Para ir de Pablo Neruda a Rubén Darío se pasa por Juan Gelman

El caso es que, como no tengo nada que aportar que venga de mí, como seguramente mis tripas están ahora analfabetas, olvidadizas, vegetativas, dejo aquí una casualidad maravillosa: Leyendo un libro de poemas de Neruda editado en 1943, encuentro en medio de sus páginas un poema manuscrito dedicado a Darío y a alguien que “ama a la poesía”; está fechado en Julio del 66 y acompaña una foto de la época hecha en un "Hotel y Bar" del Mar de Plata 23328. Con esta casualidad sin descifrar, pues no sé quién es el autor del poema, me quedo pensando que quizá no haya tanta distancia entre Nicaragua y Chile, entre el Chile zaleado de hoy y el Mar del Plata del 66, entre Juan Gelman y un libro amarillo editado hace 70 años. No ha pasado el tiempo, aunque los años hacen de cada calendario una hoja de otoño; pero en lo esencial, no ha pasado el tiempo; en lo esencial, no hay distancia.

Dice Juan Gelman: “Las maravillas y miserias del amor… el amor a la poesía, a la madre, a la belleza,… la muerte me enseñó que no se muere de amor, se vive de amor.”
Sigo durmiendo, soñando.
Aprendí a quedar último en un concurso de cartas de amor. Escribí al desamor
Desde esta isla desierta donde vivo tras una puerta sin mirilla envío un manifiesto, un correo sin matasellos, una escuálida nota como vacuna para esta enfermedad descolocada. Decía Neruda: “Quisiera hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.”
Taparme con las mantas de tus brazos en candado no es un derecho, ni una factura a noventa días, ni el remedio de la triste mirada de los enchufes rotos, pero tus ojos dejan un olor amargo en el vapor de la plancha que no acaba de quitar las arrugas de mi frente. Me dices que te gusta como he dejado la sala de estar, y lo que estuve preparando es el dormitorio. Por el agujero de la chimenea se han evaporado un yo te hago la cena y un yo también estoy cansada. He renunciado a muchas cosas por el imán de tu boca, pero siempre se colaba por la ventana el aire de la inestabilidad y el polen de la locura me hacía estornudar. No llevo escudo, ni arnés, ni hago copia de seguridad de mis sentimientos; quizá me di cuenta de que valiente rima con imprudente.
Hoy descorrí las cortinas y entraron los violines de una orquesta y los jazmines de la fachada. He visto el río crecido, donde nadaban, como pétalos de flores chinas, momentos que había soñado. Si me rompes la brújula me voy con la corriente. Aunque no hayas llegado voy a vestirme. Tú sabrás lo que tienes en tu parte del ropero. Me pinto los labios de coraje enfrente de mis ojos, que sin tus ojos, ya saben distinguir reflejos de espejismos; y sonrío sin tropiezos. Una vez decantado, recrear al vino en el reposo es aburrirlo, es impacientarme el paladar deseoso. No pasa nada si no llegas; ya sé brindar por mí con una sola copa.
Ya está. Ahora, entre las cartas del banco, tengo una carta de amor. A mí me hubiera gustado hacer contigo lo que Neruda hace con un poema.
Feliz año nuevo
Feliz año nuevo a todos. Acabamos de entrar en el año 2050; una cifra que redondea la involución del hombre. El cielo en estos días es oscuro, y parecidos los colores funerarios del día y la noche. El campo es un desierto; sólo hay criaderos de frutas y hortalizas en burbujas gigantes alimentadas por luz artificial, y la hierba es un plástico reciclable que hace crecer un ordenador, y que de descompone en distintos marrones a los dos meses. La gente va enfundada por la calle en cualquier época del año. Decir época es mucho decir porque ya no hay estaciones. No se distinguen los colores de la gente, las razas, los gestos, nada. Siempre hace calor. La moda, metálica, se adaptó para cubrir completamente la piel y mantener la temperatura corporal. Todos llevan unas gafas especiales con filtros ultravioleta, como los cristales de las ventanas, y de los coches, a los que hace 10 años prohibieron instalar techos solares.
A mi tostada edad, me acabo de enamorar de un perfil en internet, no de una mujer. El mar no tiene olas, sino una marea que va creciendo lenta y constante. No existe la floración, ni la caducidad de la hoja. No hay hormigas que suban a los troncos de los árboles. La luna se adivina mestiza entre nubes negruzcas de humo tóxico. No hay miradas por la calle, ni sonrisas. No atonta el amor, ni duele el olvido. No vuelan los pájaros. No hay guitarras de madera. No hay casas de campo, ni atardeceres naranjas, ni riachuelos jugando a saltarse la eternidad de una piedra, ni escuelas llenas de polvo de tiza, ni bufandas a las que atar el frío y los besos en el cuello.